martes, 20 de diciembre de 2011

LA FALSEDAD DEL “PLASMA MARINO”


Diciembre 20, 2011. 

Recibí de un amigo una presentación Power Point que lleva el siguiente título:

“Agua de mar, un plasma marino al alcance de todos”.

         El artículo en que se basa la presentación fue elaborado por Pedro Pozas Terrados, quien es:
Naturalista. Primatologista.
Director Ejecutivo y Coordinador del Proyecto Gran Simio.
Voluntario Activo de Green Peace.
 Director del Proyecto Fotográfico Libertad.
 Director y Guionista del programa: “Voces del Planeta”.

Resumiendo, la presentación nos informa que existe un “plasma marino”, que ese plasma es gratuito, que alimenta, hidrata y cura prácticamente todo. Esta “maravilla” barata, qué digo barata, regalada, fue descubierta por un francés: René Quinton (1866-1925).
Antes de proseguir es conveniente decir algo sobre Quinton. Cuando René Quinton terminó el bachillerato se dedicó, por la admiración que profesaba a Gustave Flaubert, a escribir cuentos y novelas. A los 22 años de edad se empezó a interesar por la biología, se convirtió en biólogo autodidacta y al mismo tiempo en un apasionado de la aeronáutica. En su calidad de biólogo autodidacta (nunca tuvo una educación científica ortodoxa) tomó como base el concepto de “medio interno” desarrollado por Claude Bernard en 1860, lo rebautizó como “medio vital” y sugirió la hipótesis de que el líquido en que se bañan las células es idéntico al liquido marino original al que él, como si nada, llamó “plasma marino”. En base a esto instauró en Francia los “Dispensarios Marinos” en los que “curaba” de todo a todo mundo, mediante el uso, por supuesto, de su “plasma marino”. Con y por sus Dispensarios, Quinton ganó fama. Su hipótesis se basaba en el siguiente supuesto:

Al tomar agua del mar o al sernos inyectada, nuestro medio interno recupera su poder. Y en un medio interno correcto ya no hace falta perseguir a los microbios nocivos, porque allí ellos no pueden prosperar. El suero marino da fuerza biológica a la célula para oponerse a la mayoría de las enfermedades.
En primer lugar hay que tener mucho cuidado con el uso de las palabras. El grupo que publicó este trabajo y que seguramente pertenece a los seguidores de la mal llamada “medicina alternativa”, hace un uso inadecuado de los términos. Creen a pie juntillas la hipótesis jamás probada de Quinton, o hacen como que creen en ella. Para empezar, no existe un “plasma marino”. Lo que sí existe, y abunda, es el agua de mar.
         La palabra plasma  (Del lat. plasma, y éste del gr. πλάσμα, formación) se refiere, en biología, a la parte líquida de la sangre o de la linfa que contiene en suspensión sus células componentes. En otras palabras, el plasma es la sangre o linfa desprovista de sus células.
La linfa está compuesta por un líquido claro pobre en proteínas y rico en lípidos, parecido a la sangre, pero con la diferencia de que las únicas células que contiene son los glóbulos blancos. La sangre en cambio contiene tres tipos de células que nadan en el plasma (el cual es rico en proteínas): los glóbulos rojos, los glóbulos blancos y las plaquetas.  
Si en un tubo de ensayo ponemos sangre y la centrifugamos, al cabo de un tiempo vemos que en la parte inferior del tubo se ve un conglomerado espeso, de color rojo oscuro, que corresponde a las células sanguíneas y que por encima de éste se aprecia un líquido color ámbar. Este líquido es el plasma sanguíneo.
Transcribo dos párrafos de mi libro: “El AGUA, alimento vital para sus células” (www.palibrio.com), que aparecen bajo el subtítulo: El plasma y sus componentes:
El plasma en el que nadan los glóbulos rojos, los glóbulos blancos y las plaquetas, es agua en un 90 por ciento. El otro 10 por ciento está constituido por proteínas plasmáticas, por electrolitos como el sodio, potasio, calcio, magnesio, cloro, bicarbonatos y sulfatos, y por los nutrientes, producto final  de los procesos digestivos que entran a la circulación procedentes del intestino delgado y del hígado.
En el plasma también circulan las enzimas, que son proteínas especializadas en acelerar los procesos metabólicos, y las hormonas (que producen las glándulas de secreción interna), que son sustancias proteicas derivadas del colesterol y a las que podemos considerar como “mensajeros químicos”.
Como puede apreciarse, el plasma es un líquido muy complejo que tiene una viscosidad 1.5 veces la del agua y que es producto de la interacción perfecta de un organismo pluricelular dividido en órganos y sistemas. En su producción y constitución intervienen, principalmente, el sistema digestivo, el sistema excretor renal y el sistema endócrino. Su contenedor y medio de transporte es el sistema circulatorio.
El agua de mar es un líquido nada complejo, constituido básicamente por agua con un alto contenido de sodio y de aire. Por esa razón es un líquido hipertónico, nada más. No existe “plasma marino”. Se trata de un disparate que quedó hace más de un siglo y medio en el olvido. Para ser más específico, transcribo los porcentajes de solutos sólidos que contiene el agua de mar:

El agua de mar es una disolución en agua de muy diversas sustancias. Hasta dos tercios de los elementos químicos naturales están presentes en el agua de mar, aunque la mayoría sólo como trazas. Algunos componentes, todos ellos iones, dan cuenta de más del 99% de la composición de solutos del agua de mar. Cloruro (55.3%), Sodio (31%), Sulfato (7.75%), Magnesio (3.7%), Bicarbonato (0.41%), Calcio (1.18%), Bromuro (0.19%), Potasio (1.14%), Flúor (0.0037%), Estroncio (0.022%), Ácido bórico (0.076%).

Lo anterior comprueba que el cloro + el sodio (la sal de cocina) representan el  86% de los solutos que contiene el agua de mar. No contiene colesterol, nutrientes, enzimas ni hormonas, pero sobre todo, no contiene proteínas plasmáticas: albúmina, globulina y fibrinógeno.
Dejemos de lado la equivocación, por ignorancia o a sabiendas, de llamar “plasma marino” al agua de mar y veamos otros aspectos del trabajo. Este trabajo, que de científico no tiene nada, está plagado de sentencias dogmáticas e infantiles. Veamos algunas de las que vienen en la presentación (las escribo en cursiva y con negrita):

En los dispensarios marinos de René Quinton se salvaba a los niños desnutridos inyectándoles agua de mar.

En esta cita se utiliza al menos la frase “agua de mar” y no “plasma marino”. Yo pregunto: ¿Cómo se les inyectaba el agua de mar a los niños desnutridos?  ¿De manera intravenosa, intramuscular, subcutánea? Entiendo que Quinton inyectara experimentalmente y a ciegas, cuando se iniciaba el siglo XX, agua de mar a niños desnutridos. Entiendo que lo haya intentado por las tres vías mencionadas y que, al percatarse del fracaso de su experimento se decidiera finalmente, como sucedió, por dárselas a tomar. Vuelvo a preguntar, y aquí se trata de una pregunta estrictamente médica; ¿cómo puede salvar a un niño desnutrido el agua salada de mar?

Nuestro cuerpo tiene un 70% de agua de mar isotónica. El agua del mar baña todos nuestros órganos internos.

Nuestro cuerpo contiene, efectivamente, 70% de agua, pero ni una sola y mínima gota de agua de mar. La principal fuente de abastecimiento del agua que requiere nuestro organismo proviene del agua que bebemos. ¡De agua dulce!, como se le llama al agua que no es de mar. Otra fuente, menor, del agua que necesitamos, proviene de los alimentos sólidos que ingerimos y del producto final del metabolismo de glúcidos, lípidos y aminoácidos. Cuando vamos al mar y nos metemos en él, el agua de mar baña nuestra piel y moja nuestro cabello, pero no llega a una sola célula de nuestros órganos internos. Además, señoras y señores que escribieron o colaboraron en la elaboración del trabajo que comento, el agua de mar no es isotónica. No dudo que ustedes lo saben; entonces: ¿Por qué decir “agua de mar isotónica”?
A mi entender sólo hay dos formas para definir correctamente el agua que utilizaba Quinton en sus dispensarios marinos: (1) Agua de mar rebajada con agua dulce, o (2) Agua dulce a la que se agrega cloruro de sodio.

Uno de los propósitos de los dispensarios marinos es que en el proceso de recogida de mar (sic), transporte y almacenamiento no exista presencia de dinero, de coste alguno, sino que sea un acto de absoluta solidaridad.  Para ello se necesita que alguien dedique el tiempo, que ponga el combustible, el vehículo y su ingenio. Algo tan sencillo y barato que los gobiernos deberían establecer estos servicios totalmente gratuitos. (Sic y recontra sic a todo).

Pregunto: ¿A ese “alguien” que dedica su tiempo a “recoger el mar”, quién le paga? ¿Quién le compra el vehículo que necesita y el combustible para que ese vehículo vaya y venga sin parar? Podríamos decir que las personas que viven a orillas del mar son afortunadas, porque va toda la familia a la playa, bebe agua de mar y se acabaron su problemas, se alimentan gratuitamente y se curan de prácticamente todo, pero…¿ y las personas que viven alejadas del mar? ¿Cómo llevar sin que “exista presencia de dinero” ni de “coste alguno”, agua de mar a la ciudad de México, a Chicago, Moscú o a La Paz, Bolivia? ¿Cuántos “alguien”, vehículos y combustible se necesitan para el proceso de “recogida de mar” que requiere una ciudad con dos o cinco o quince millones de habitantes?
Bueno, a quienes se les ocurrió esta aberración ya dieron con la solución: “los gobiernos deberían establecer estos servicios totalmente gratuitos”. Ellos, los “solidarios” siempre recurren a los gobiernos. Y los gobiernos no son “alguien” o bien somos todos. Yo les pregunto a los “solidarios”: ¿Si todo es gratuito y no tiene coste, por qué no lo hacen ustedes? Quinton no fue borrado de la historia por los mercantilistas, como se dice en el escrito de marras, lo borró de la historia lo equivocado de su teoría, la falsedad del “plasma marino”. Hace siglo y medio que René Quinton es historia olvidada. Los que quieren revivirlo que se vayan a “recoger el mar” y lo transporten y almacenen  sin “presencia de dinero y sin coste alguno”. ¿A qué esperan?
Termino con algo que me asombró mucho  porque quien elaboró el artículo, y sus colaboradores, se metió con Louis Pasteur. Si no se hubieran atrevido a mencionar a Pasteur en la forma en que lo hicieron, tal vez no me hubiera animado a escribir este post. Comparar a Quinton con Pasteur y decir que, en su tiempo, fueron iguales, es desconocer por completo la historia de la medicina. Ellos dicen textualmente (dejo fuera de la cita a Darwin, porque Darwin no tiene nada que ver con lo que estoy planteando):

La teoría de los Gérmenes de Pasteur (que en aquellos años competía intelectualmente en igualdad con las ideas de Quinton) se centraba en la competitividad, en la lucha. El desequilibrio y la muerte. Mientras que el plasma de Quinton fortalecía el organismo en su conjunto, el suero de Pasteur, la vacuna, intentaba aniquilar un tipo de microorganismo concreto declarado enemigo, el cual era específico y por lo tanto no servía para destruir otro microbio diferente.

Advierto mucha ignorancia en las aseveraciones anteriores. Perdieron, señores, la oportunidad de quedarse callados. En primer lugar, Louis Pasteur estudió física y química en las principales universidades de Francia, después fue maestro en ellas. Cuando Quinton nació, Pasteur tenía 44 años de edad. En 1854, 12 años antes de que naciera René Quinton, Louis Pasteur fue nombrado decano de la Facultad de Ciencias en la Universidad de Lille y poco tiempo después resolvió el problema de la fermentación alcohólica, descubrió el proceso orgánico de la fermentación del ácido láctico, salvó la industria vitivinícola de Francia, la industria cervecera de Francia y Alemania y la industria de la seda. En 1864, dos años antes de que naciera Quinton, Louis Pasteur anunció en la Sorbona el resultado de sus estudios irrebatibles mediante los cuales echó por tierra la milenaria Teoría de la Generación Espontánea e introdujo la Teoría Microbiana de las enfermedades contagiosas. Fue así como se inició la bacteriología moderna. ¿Dónde está el desequilibrio y la muerte en todo esto? En 1880 (Quinton: 14 años), Louis Pasteur desarrolló la vacuna contra el cólera aviar. En 1881 (Quinton: 15 años) desarrolló la vacuna contra el ántrax o carbunco. En 1885 (Cuando Quinton  tenía 19 años y todavía escribía cuentos y novelas), inició Louis Pasteur la vacunación del niño Joseph Meister, mordido por un perro rabioso, probando así, con éxito rotundo, la vacuna que había desarrollado contra la rabia. Las vacunas que desarrollo Louis Pasteur, tras muchos años de observación y trabajo rigurosamente científico, han salvado la vida a millones de animales y seres humanos.
Ninguna vacuna, señor Pedro Pozas Terrados, señoras y señores colaboradores suyos, intenta aniquilar un tipo de microorganismo concreto declarado enemigo. Las vacunas no “aniquilan” gérmenes. Su acción consiste en inducir una respuesta inmunitaria en el organismo en que se aplica (formación de anticuerpos). Lo que se inyecta al vacunar es el agente causal del mal, atenuado en su virulencia, y su efecto es específico porque todo microorganismo patógeno produce una enfermedad específica. La vacuna para proteger contra la poliomielitis no sirve para proteger contra el tétanos, y viceversa. ¿Ignoran ustedes que otro gigante de la ciencia, Robert Koch, el más implacable cazador de microbios que ha existido, demostró la especificidad de las enfermedades infecciosas. En otras palabras, que cada germen produce una enfermedad diferente?
¿A quién pretenden engañar comparando a René Quinton, el biólogo autodidacta que no probó jamás nada y cuyo “plasma marino” es inexistente, con Louis Pasteur que es, seguramente, el científico más grande de la historia?
En lo personal no tengo nada en contra de que personas esperanzadas acudan a un Dispensario Marino y beban agua de mar. Puede tratarse de un placebo eficaz. Lo que no es válido es afirmar que ese placebo fortalece el organismo, termina con todos los microbios y cura un sin fin de enfermedades. Llamar a ese placebo “plasma marino” es  inaceptable y es poco serio.


Dr. Ricardo Perera Merino

domingo, 11 de diciembre de 2011

RESPUESTA A UN JOVEN MÉDICO QUE ME DESCALIFICA.



Diciembre 11, 2011.

Hace un par de días recibí un E-mail. Me lo envió un médico que tiene, me dice, 32 años. Las personas que me hacen el honor de leer mis blogs o mis libros saben que tengo 75 años, de modo que este joven médico que me escribió es, para mí, una persona muy joven y yo, para él, una persona vieja. Su escrito es muy crítico, lo cual agradezco, y es respetuoso, por eso le respondí de inmediato. Su redacción es magnífica y escribe sin falta alguna de ortografía, lo cual es muy raro en nuestros días.
         Inicia su escrito informándome que trabaja desde hace cuatro años en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) como especialista en medicina familiar, en una clínica de primer nivel, en el estado de Durango.  Leyó la quinta edición de mi libro: “CERO menos UNO. El caos de la consulta en el Seguro Social” y defiende con entusiasmo el Sistema Médico Familiar, “el cual ataca usted de manera inmisericorde”. También, me dice, lee mis blogs. En cuanto a éstos, se refiere únicamente a las cuatro partes en que dividí mi post: “La Burocracia Médica”.
         La correspondencia entre este joven médico y yo es asunto nuestro. Ambos esperamos mantener el contacto. La razón por la cual escribo este post surge de la duda que dejó en mí el párrafo con el que termina su escrito. Lo transcribo:
        
“Usted habla con mucha suficiencia de la medicina pública y de  la medicina institucional y parece que conociera todo, a fondo, acerca del tema que llama: “burocracia médica”. Ser médico y tener la edad que tiene no lo califica para dogmatizar al respecto. Las personas mayores tienen experiencia y pueden, o no, tener sabiduría, pero también pueden perpetuarse en ellas, e influir en sus opiniones,  las malas experiencias. Es posible, como decimos, que a usted le haya ido mal en la feria. Yo, con el debido respeto, lo descalifico”.
        
Mi respuesta al E-mail de este joven médico versó casi exclusivamente acerca del Sistema Médico Familiar, rector obstructivo y obsoleto, desde hace 65 años, de la consulta externa en el Instituto Mexicano del Seguro Social. Sobre la descalificación con que termina su escrito no hice alusión alguna, pero me puso a pensar. En mí, gracias a él, surgió la pregunta obligada: “¿Estoy calificado para hablar con “suficiencia” (capacidad, conocimiento de causa) acerca de las medicinas institucional y pública? Pienso que sí, pero…tal vez no.
Los hechos son éstos:
        
Fui médico burócrata durante 38 años. Los primeros 15, de esos 38 años, trabajé simultáneamente (en diferentes turnos) tanto en la medicina Institucional (IMSS), como en la medicina pública (Hospitales de Urgencia del Departamento del Distrito Federal).
         En la medicina institucional (los primeros 15 años) fui, en este orden, médico familiar, director de una clínica de consulta externa y médico de urgencias. Durante los tres años que fui director de clínica, de una clínica ubicada en la zona poniente del valle de México, dirigí la actividad de 30 médicos familiares, de cuatro médicos de urgencias y de 6 especialistas. Lidié con sindicatos poderosos y beligerantes. Cito los sindicatos de Altos Hornos de México, Monsanto, Good Year Oxo, Guanos y Fertilizantes de México, Ford Motor Company y Bacardí, entre otros. También, por supuesto, con el Sindicato Nacional de Trabajadores del IMSS. Durante ese tiempo, cuando me desempeñaba en un puesto de confianza, dije a mi jefe, un defensor a ultranza del Sistema Médico Familiar, que yo consideraba dicho Sistema como un obstáculo irreversible para el buen funcionamiento de la atención primaria. Cuando se presentó la ocasión expuse al Director General del IMSS, ante mi jefe (que por cierto no me había autorizado para hacerlo) y ante 39 directores de clínicas y clínicas hospital, mis puntos de vista al respecto. Nunca critiqué el sistema en lo bajito. Lo hice públicamente. Cuando ya trabajaba como médico de urgencias, turno nocturno, en una clínica al sur de la Ciudad de México, salió a la luz la primera edición de CERO menos UNO y escribí un artículo sobre la burocracia imperante, que fue publicado en un diario de cobertura nacional.
         En la medicina pública (todos los 38 años), fui, primero, director durante un sexenio de uno de los cuatro hospitales de Urgencias de los Servicios Médicos del Departamento del Distrito Federal (Hospital de Urgencias Balbuena) y los otro 33 años me desempeñé como cirujano vascular del hospital de Urgencias Xoco. Dos años en el turno matutino y 31 años en el turno nocturno.
         Así las cosas, puedo decir que durante 38 años fui jefe y compañero de médicos, enfermeras, trabajadoras sociales, técnicos de laboratorio y gabinete, personal de intendencia, choferes de ambulancia, camilleros, secretarias y personal administrativo. Tuve el placer, y también el disgusto, de compartir arduas sesiones de trabajo con altos jefes y con mis pares. Durante 38 años luché contra Comités y Comisiones, normas inútiles, papeleo, memorándums, “logros” sindicales, carencia inaceptable de recursos, jefes ignorantes o apáticos, compañeros médicos indolentes, faltistas o simplemente inútiles. También, ¡que grato es saberlo y decirlo!, conocí y conviví con directivos capaces, con cirujanos notables, con intensivistas, anestesiólogos y diversos especialistas de primerísimo orden y con personal paramédico responsable y eficiente. Conozco a fondo la normatividad general que priva en las medicinas institucional y pública de mi país y me mantengo actualizado al respecto.
        
Treinta y ocho años se dicen fácil joven, inquieto y apreciado médico. Tú tienes 32 de edad y cuatro de servicios. Que empiece ahora tu cuenta: cinco, seis, siete…Cuando llegues a quince tal vez, si sigo por aquí, podamos volver a intercambiar opiniones. Cuando llegues a 38, contarás tus experiencias a alguno de tus nietos, pero de tales experiencias, yo ya no sabré nada, absolutamente nada. Lo que sí sé y siento, ahora y desde siempre, es que a mí me fue bien en la feria.

Dr. Ricardo Perera Merino

sábado, 10 de diciembre de 2011

LOS MÉDICOS ESPAÑOLES ESTÁN ENTRAMPADOS POR LA LEGALIZACIÓN DEL ABORTO


Diciembre 09, 2011

Leo de manera regular el blog medicosypacientes.com de la Organización Médica Colegial (OMC) española, compuesta por los 52 Colegios de médicos de España. Con fecha 07 de diciembre del año en curso fue publicado un artículo titulado:  “El TSJM (Tribunal Superior de Justicia de Madrid) deniega las medidas cautelares pedidas por el Colegio de Médicos de Toledo contra el Código Deontológico de la OMC. El mencionado Código recoge 66 artículos. Contra dos de estos artículos se pronunciaron los médicos de Toledo. He aquí los dos artículos:
55.1 El médico está al servicio de preservar la vida a él confiada, en cualquiera de sus estadios. El que una mujer decida interrumpir voluntariamente su embarazo no exime al médico del deber de informarle sobre las prestaciones sociales a las que tendría derecho, caso de proseguir el embarazo, y sobre los riesgos somáticos y psíquicos que razonablemente se puedan derivar de su decisión.
55.2 El médico, que legítimamente opte por la objeción de conciencia, a la que tiene derecho, no queda eximido de informar a la mujer sobre los derechos que el Estado le otorga en esta materia ni de resolver, por sí mismo o mediante la ayuda de otro médico, los problemas médicos que el aborto o sus consecuencias pudiesen plantear”.
Para resumir, lo que disponen los artículos mencionados es que el médico que se niega a practicar el aborto tiene la obligación de informar a la mujer que lo exige cuáles son las prestaciones sociales a que tiene derecho en caso de dar marcha atrás y proseguir con su embarazo y también informarle cuáles son los riesgos físicos y psíquicos que pueden seguirse de la práctica del aborto.
         Imagino, sin apartarme mucho de la realidad, el siguiente diálogo en un consultorio médico español:
        
Paciente (P) – Doctor, tengo ocho semanas de embarazo y vengo a que me practique un aborto.
            Médico (M) – Lo siento, señora, pero yo no practico abortos porque va contra mis principios.
            P – Por ley, tengo derecho a abortar, doctor.
            M - Por ley, tengo derecho a negarme a la interrupción de su embarazo, señora. Mi conciencia objeta.
            P – Envíeme entonces con un médico que no tenga objeciones de conciencia.
            M - No conozco médicos que interrumpan embarazos normales. Usted es la que debe buscarlo.
            P – Si usted no los conoce, yo menos.
           
(Aquí es cuando el médico debe cumplir con lo estipulado en los artículos 55.1 y 55.2. Como desconozco lo que establecen las disposiciones españolas, lo que dice a continuación mi médico imaginario a la mujer deseosa de abortar, es invento mío)
           
M – Permítame informarle lo siguiente, señora. Si usted decide seguir con su embarazo y tener a su bebé, el Estado la ayudará con 500 pesetas mensuales hasta que su hijo cumpla 18 años, le proporcionará leche, biberones y pañales durante dos años. No tendrá que trabajar durante los primeros seis meses que sigan al parto. Cuando se reintegre a su trabajo tendrá facilidades de turno y de horario y su bebé será cuidado en una guardería cercana a su domicilio. Excuso decirle que un pediatra calificado se hará cargo de todo lo que afecte la salud de su niño. Se le aplicarán todas las vacunas necesarias. Cuando el bebé enferme, Dios no lo quiera, usted será incapacitada para trabajar, con goce de sueldo, hasta que él se restablezca y sane.
            P – Todo lo que me está diciendo ya lo sé, doctor. ¿Intenta usted convencerme para no tener que practicarme un legrado?
            M - No intento convencerla de nada, señora. Le repito que es mi derecho negarme. Además, debo informarle que someterse a una interrupción de embarazo tiene riesgos. Todo procedimiento terapéutico puede seguirse de complicaciones graves o leves, y en este caso estamos hablando de un procedimiento terapéutico cruento, sangriento para que lo entienda mejor…
            P – (Interrumpiendo al médico) Sé lo que significa cruento, doctor, y lo acepto. Estoy decidida a correr el riesgo. Estoy bien informada de las posibles complicaciones. No piense que ignoro la posibilidad, entre otras, de que se me formen coágulos en las venas de las piernas. Eso que ustedes llaman trombosis venosa. Sé, incluso, que me pueden perforar el útero, desangrarme y morir.
            M – Pues adelante, señora. Ya le manifesté mi negativa y ya cumplí con informarle de las prestaciones a que tiene derecho, mismas que usted conoce mejor que yo y ya le informé de los riesgos, mismos que usted ha estudiado minuciosamente. Ahora, si me permite, debo continuar con mi trabajo. Afuera hay 25 pacientes esperando para pasar a consulta.
        
Entre las explicaciones del médico y las interrupciones y alegatos de la mujer embarazada que quiere abortar, transcurre fácilmente media hora. A esto hay que añadir que el médico debe consignar en el expediente de la mujer, de manera muy explícita para protegerse de posibles demandas, todo el diálogo anterior. Otra media hora. ¿Qué se pretende que hagan los médicos? Están perdiendo tiempo para atender enfermos y esto, atender enfermos de manera ágil, eficiente y respetuosa  es su única y principal función. La consulta imaginada por mí debió durar 30 segundos:
- Vengo a esto, doctor.
- Eso yo no lo practico.
Y con permiso.
Todas las mujeres de cualquier parte del mundo, e incluyo a las analfabetas, que tienen derecho a servicios de salud, conocen sus derechos de maternidad; y también todas saben que abortar es riesgoso. Los países que legalizan el aborto deben contar con listas de médicos que no tienen Objeción de Conciencia. Listas por estados, municipios y zonas. Esas listas deben ser de conocimiento público y también deben ser de conocimiento público, en dichos países, los derechos de maternidad y los riesgos que corre la mujer que decide abortar. El 95% de las mujeres embarazadas que quieren abortar, están embarazadas por un error que ellas cometieron. Ellas no pueden resolverlo y recurren al Estado. El Estado “resuelve” (?) la situación legalizando el aborto y le echa la papa caliente a los médicos. También es cierto, como es el caso de España, que da a los médicos la opción de proceder o no, pero los obliga a perder tiempo en funciones que no les corresponden.
         ¡Dejen trabajar a los médicos! La principal actividad de los médicos es asistencial. No les quiten el tiempo, que por cierto no les sobra, en funciones burocráticas que corresponden a dependencias de trabajo social.

Dr. Ricardo Perera Merino

P.S. El “post” a que hago referencia se puede leer en:

viernes, 4 de noviembre de 2011

ACERCA DE MIS LIBROS

Noviembre 04, 2011.

Con cierta frecuencia, personas que conozco y personas que no conozco, más éstas que aquéllas, me llamaban, y me llaman, para preguntar dónde pueden conseguir mis libros publicados. Era imposible. “CERO menos UNO, el caos de la consulta en el Seguro Social” se agotó hace muchos años y la casa editorial que lo publicó ya no existe. Los otros tres…
“ENTRE MÉDICOS TE VEAS, ¿sabe usted en manos de quien pone su salud y su vida?”,
“CON EL ALMA EN UN HILO, noches de guardia”
y
“EL AGUA, alimento vital para sus células” …fueron publicados por Editorial Diana, pero fueron bloqueados debido a la demanda penal que presenté contra Editorial Diana, por el plagio inaceptable que hicieron de mi libro “EL AGUA, alimento vital para sus células …”, demanda que duró cuatro y medio años, que culminó con una orden de aprehensión contra el el Director General de editorial Diana, pero que terminé perdiendo porque me aplastó el poder económico y político de las personas a quienes demandé. Poco después de estos hechos, editorial Diana desapareció y la compró Editorial Planeta. Así  las cosas, y en virtud de que la solicitud de mis libros continúa, decidí buscar la manera de que fueran publicados y pudieran adquirirse. La solución la tuve con Editorial PALIBRIO, que está dedicada a la publicación y difusión de libros de autores de habla hispana y que forma parte del consorcio “Authors Solution Incorporated”.  A partir de ayer, los libros ya están disponibles.
 Los libros se compran “online”. Se pueden adquirir en tapa blanda o en formato eBook. Estos son los links: www.palibrio.com/bookstorehttp://www.amazon.com/ , http://www.booksamillion.com/  http://www.barnesandnoble.com/
Hace unas horas fui informado que mis libros ya están en la ibook store de Apple en USA. Los temas que trato son de interés general.  Soy un médico rebelde, crítico y mal hablado, pero si bien mis libros son ensayos críticos, procuro que sean amenos. Pongo mucha atención en el fondo, pero no descuido la forma.
 A continuación transcribo un extracto de cada uno los libros.

ENTRE MÉDICOS TE VEAS.
¿Sabe usted en manos de quién pone su salud y su vida?
Extracto del capítulo 1

Ayer se sentía usted perfectamente. Hoy despertó con un malestar. Se trata de algo que no puede definir. Un poco de náusea, "una como punzadita" en el pecho. ¡Cuidado!, porque puede desatarse una serie de acontecimientos que  cambien su vida y modifiquen el monto de sus ahorros, o los consuman por completo.
Con toda seguridad contará  a su esposa lo que siente. Ella le hablará de inmediato a Eulalia, una amiga muy “conocedora” de enfermedades y buenos médicos y ésta dirá que: "exactamente lo mismo sintió Jaime Hernández  y unas  horas después cayó muerto mientras firmaba la correspondencia en su oficina. Fue un infarto fulminante. Y Jaime tenía la edad de Leobardo".
 Eulalia, que sacó a relucir el caso de Jaime Hernández no se conformará con la simple mención, irá más lejos y recomendará que vaya usted de inmediato al consultorio de "su" cardiólogo, el doctor Soilo Máximo, quien ha salvado a muchas personas de casos como el que a usted lo afecta.
 ¡Jaime Hernández muerto sobre su escritorio! ¡Pobre! Esa imagen ya no lo dejará dormir, pero jamás se pone a pensar que Jaime Hernández tuvo otro modo de vida, otros antecedentes familiares y personales, otros hábitos, otros genes, otro temperamento, y, claro, otro tipo de "punzadita".
El malestar de esta mañana lo preocupó, el comentario de Eulalia generó en usted angustia, la recomendación trajo esperanza. Angustia-Esperanza, éste es el binomio que Soilo Máximo sabrá reconocer de inmediato para hacer con usted lo que le venga en gana.
Usted va a consultarlo. Él lo interroga y explora, luego le habla de algunas posibilidades diagnósticas que usted no capta del todo; pero para entonces, con sólo mirar al doctor Soilo Máximo y su equipo e instalaciones ya se siente bien, tal y como se sentía anoche al acostarse. Bien haría usted en abandonar de inmediato el consultorio, pero no lo hará, se lo aseguro, porque no deja de pensar en el “pobre” Jaime Hernández. Una hora después de haber llegado al consultorio del "genio" sale usted tranquilo de la lujosa Torre, lleno de confianza. Usted se siente perfectamente, pero no va a su casa. Lleva en la mano una orden de internamiento para un hospital muy renombrado. En el hospital, luego de acreditarse como propietario de un seguro contra gastos médicos mayores, o, si no cuenta con seguro, firmar un Boucher o depositar una buena suma en efectivo, es tratado con toda la consideración que merece un moribundo.
Lo acuestan en una camilla o lo sientan en una silla de ruedas y vuelan con usted a una impresionante sala de terapia. Cinco minutos después está usted conectado a un monitor que registra su frecuencia cardiaca, presión arterial y electrocardiograma. Una doctora joven y guapa le hace preguntas, mientras otra, no menos atractiva, le pica una vena para extraer sangre. Una enfermera aprovecha la vena que picó la doctora para conectar un suero que empieza a gotear rítmicamente. Un médico internista lo examina e interroga. A continuación llega un camillero y lo lleva a la unidad de radiodiagnóstico. Ahí le toman más radiografías. Llaman al internista, a las doctoras, y se comunican por teléfono con el doctor Soilo Máximo. Todos se muestran preocupados. Soilo Máximo acepta las sugerencias del internista y le practicarán una "ecocardiografía transesofágica", un "ecocardiograma bidimensional" y una "gammagrafía con pirofosato de tecnecio 99m”.
 El alivio, la mejoría total que había usted experimentado en el consultorio del doctor Soilo Máximo, se convierte ahora en temor. Usted piensa que tiene algo desconocido, algo que buscan y todavía no encuentran. Ya no le duele nada ni siente malestar alguno, pero está alarmado. Lo regresan a la Unidad de Terapia Intermedia. Le meten por el recto un supositorio y un termómetro bajo la lengua. Escucha que su esposa pide permiso para entrar a verlo. A las nueve de la noche llega Soilo Máximo. Mira el monitor frunciendo las cejas, lee los resultados de las pruebas de laboratorio y revisa meticulosamente en un negatoscopio adjunto las radiografías y los estudios sofisticados que le practicaron. Ordena que pase su esposa. Cuando ésta se para a la cabecera de la camilla él se acerca a usted, sonríe, lo mira, le da un amistoso golpecito en un hombro y dice con aplomo, camaradería, y sobre todo con vehemencia:
 -  ¡Qué susto me dio, don Leobardo! Afortunadamente no es lo que pensé, pero fue un aviso. Lo vamos a monitorear veinticuatro horas porque con estas cosas no se juega.
 Usted pasa la noche y todo el día siguiente en el hospital. Por la tarde llega Soilo Máximo y lo da de alta. Elabora una receta, explica a su esposa cómo debe tomar los medicamentos, indica que deben sacar cita para verlo la semana siguiente y determina que:
 - Don Leobardo está listo para reanudar actividades.
 ¡Qué alivio! Vuelve la tranquilidad. Se siente como antier al acostarse; como un verdadero atleta. Su esposa se deshace en agradecimientos. Cuando llega a casa la familia entera lo espera. Todos están felices. Su esposa le habla a Eulalia, la heroína que les recomendó al doctor Soilo Máximo. "Si no es por ti no se qué le hubiera pasado a Leobardo, tal vez ya no contaríamos con él. Gracias Eulalia. El doctor Soilo Máximo es un amor”. Usted se recuesta en el sofá, rodeado por todos. Son las nueve de la  noche. Uno de sus hijos pregunta:
 - ¿Qué fue lo que tuvo?
 - El doctor dijo que no fue lo que pensó, gracias a Dios - responde su esposa.
 - ¿Pero qué fue?
 - Un aviso.
 - ¿De qué o qué?
 - Pues de...no sé. La semana que entra tenemos que ir a verlo y le preguntaremos. Lo importante es que aquí lo tenemos sano y salvo. Hasta puede ir a trabajar mañana.
Excelente. Qué bueno que ya está en casa porque bien podría estar, desnudo y anestesiado, sobre una mesa de operaciones. Usted pagó al salir del hospital quince mil seiscientos pesos, que sumados a lo pagado en el hermoso consultorio del doctor Soilo Máximo hacen un total de dieciocho mil cien pesos. Y eso no es todo, su familia ya es cliente del doctor Soilo Máximo y van a recomendarlo ampliamente a todo mundo.
 Ahora bien, déjeme decirle esto, lo sé porque yo relato y por lo tanto soy omnisciente: lo que tuvo usted antier, al despertar, fue una acumulación de gas en cierta porción del estómago a la que se conoce como “cámara gástrica” y eso es causa muy frecuente de malestar, de un poco de náusea, de "una como punzadita" en el pecho. El problema estribó en que no pudo expulsar por la boca ese exceso de gas. Eso lo hubiera curado. En lugar de eructar se puso usted a platicar lo que sentía y dieciocho mil cien pesos suyos pasaron a las cuentas bancarias de otros.
 "Eh...un momento... (podría usted argumentar)... ¿Y si no hubieran sido gases atorados en el estómago?". Esa es la cuestión, amigo mío. Esa es la gran pregunta. Qué hacer, ¿pagar dieciocho mil pesos, o meterse el dedo hasta la garganta para intentar echarse un sonoro y aliviador eructo?  Usted no puede responder. Tampoco Eulalia, que fue quien recomendó al doctor Soilo Máximo.
 "Pero... ¿qué tampoco el doctor Soilo Máximo supo, en caso de que fuera cierto lo que usted me dice, que lo que yo tenía eran gases atorados en el estómago?" Lo más seguro es que sí lo supiera. Pero, y aquí viene la otra importantísima cuestión: ...a lo mejor no. Y surge así la tercera pregunta: ¿A quién prefiere usted como médico, a un inepto, o a un bribón? ¿A uno que confunde la acumulación de gases en la cámara gástrica con anginas de pecho, o a uno que se las inventa? No se preocupe, no son éstas las únicas opciones disponibles.


“CON EL ALMA EN UN HILO. Noches de guardia”.Extracto del capítulo 1

Vago por el hospital con el alma en un hilo. Estoy en todas partes y lo sé todo. Soy un testigo omnisciente y con don de la ubicuidad.
 Vivo la circunstancia de los enfermos, la de los médicos y la de usted que sufre, se impacienta y llora en la sala de espera. Cuando usted se sienta en una butaca de la sala de espera del servicio de urgencias, se sienta en mí. Soy la mesa de operaciones donde acuestan a los pacientes para operarlos. Soy las lámparas del quirófano que dan luz, el gas que anestesia, las camas de internamiento. Soy todos los insumos y su carencia. Soy el herido y quien lo opera. Soy esperanza y tristeza, dolor y satisfacción. Soy la ciudad que es ajena a los doscientos dramas que tienen lugar en este hospital todos los días. Soy imaginario, pero soy real.
 Vago con el alma en un hilo por un hospital de sangre de una ciudad con veinte millones de habitantes. Soy testigo de negligencia y de proezas, de carencias injustificables. Soy funcionario indiferente que cuida su puesto y soy funcionario que cumple y se topa con paredes sordas, insensibles. Soy director y camillero, cirujano y enfermera, soy camilla y soy usted que va acostado en ella, muerto de miedo.
Lo que miro, mire para donde mire, es dolor, cansancio, preocupación, necesidad de una mano amiga y necesidad de dar la mano. Miro incomprensión e indolencia; pero también responsabilidad y amor.
 Ayer pasó algo. Déjeme contarle.
Llegó una jovencita hecha una desgracia. La motocicleta, su novio y ella se estrellaron a ciento veinte kilómetros por hora contra una barda. Allá quedó él, muerto instantáneamente. A la joven la trajo una ambulancia de rescate y fue recibida de inmediato por los médicos de guardia. La llevaron a un quirófano y le abrieron el vientre. Tenía estallado el bazo y el intestino grueso, conmoción cerebral y fractura expuesta de una pierna. No exagero si le digo a usted que, luego de resucitarla, le salvaron la vida. El médico que la operó es un cirujano notable.
 La trabajadora social logró localizar a los familiares cuando ya la muchacha había sido operada y estaba en una cama de la unidad de cuidados intensivos, pero ella, la trabajadora social, no sabía que la joven ya había sido operada. Faltó comunicación entre el cirujano y la oficina de trabajo social. Llegó mucha gente. Gente acomodada, de dinero, con poder.
 La madre preguntó por su hija y le respondieron que estaba reportada como muy grave.  Rogó que se le permitiera entrar. No le dieron permiso porque “a la paciente apenas la van a operar”. Pero no era así. Lo sé porque yo soy ella y soy yo el que la operó y soy quienes ayudaron al cirujano y quien administró la anestesia y soy la cama en la unidad de cuidados intensivos donde ella libra una batalla contra la muerte.
 La señora utilizó su teléfono móvil e hizo varias llamadas. En menos de media hora llegaron más personas: el médico de confianza de la familia, un abogado que venía hecho un energúmeno y amenazó con presentar una demanda contra todo el personal de guardia, un alto funcionario del Departamento del Distrito Federal que amenazó con “cortar cabezas” y el director del hospital. Entraron al área hospitalaria y se enteraron, por desinformaciones que proceden de “metiches” desinformados y malintencionados, que el doctor Alfredo Luengas, responsable del caso, “estaba echando relajo en el comedor”. Allá le cayeron.
 La madre de la muchacha vio a cuatro o cinco médicos comiendo tortas, platicando y riendo, y se les fue con una andanada de insultos. Al doctor Alfredo Luengas le gritó que era “un piche burócrata irresponsable” y que no descansaría hasta  verlo en la cárcel. El director del hospital pidió explicaciones. Alfredo Luengas captó la situación de inmediato y sin discutir ni defenderse dijo al director del hospital que lo siguiera. La madre se fue tras ellos. Y menuda sorpresa se llevaron todos cuando el médico de la familia, que llegaba para incorporarse al grupo, dijo al doctor Luengas: “¿cómo le va maestro?”. El director, el doctor Luengas y el médico de la familia entraron a la sala de terapia intensiva. La madre y el funcionario del Departamento del Distrito Federal esperaron en el pasillo. Se quedó con ellos el doctor Fructuoso Ponce, que fue el que administró la anestesia, y él les explicó todo. La mamá de la muchacha preguntó incrédula que si a poco ya la habían operado. El doctor Ponce le dijo que habían terminado hacía más de dos horas y que la paciente se encontraba estable, muy delicada pero por el momento fuera de peligro.
 Cuando salieron los médicos de la sala de terapia intensiva la mamá de la muchacha ofreció disculpas al doctor Luengas por haberle gritado “pinche burócrata irresponsable”. El funcionario del Departamento del Distrito Federal, que unos momentos antes había amenazado con “cortar cabezas”, se mostraba muy orgulloso por el servicio que prestan “sus” hospitales. La muchacha está evolucionando muy bien.
 Después de operar a la jovencita, salvarle la vida y estar a punto de ser linchado (por una imperdonable falta de comunicación), “los doctores Luengas” operan a un balaceado, tal vez a un paciente con apéndice perforado o a uno con lesión de alguna arteria vital. A las tres o cuatro de la mañana, rendidos, buscan donde descansar un rato, recuperar energías por si llega otro moribundo. Unos van al estacionamiento y “se hacen rosca” en el asiento trasero de sus automóviles; otros buscan una cama en cualquier sala de internamiento. No cuentan con un lugar adecuado para descansar. Tampoco cuentan con los insumos indispensables para resolver las urgencias que manejan, guardia tras guardia. Y si le dijera a usted lo que ganan, no lo creería.
 ¿Puede usted, que es arquitecto, construir una casa sin tabiques, sin varillas y sin cemento? No. Lo que hace usted es parar la construcción, pero los médicos no pueden parar o dejar de practicar una operación de urgencia. Abra usted un tórax, véalo inundado de sangre, aspírela, mire los dos orificios en el corazón, escuche decir a sus espaldas que no hay sangre ni material de sutura apropiado para reparar los agujeros que presenta el ventrículo izquierdo, que no hay camas disponibles en la unidad de cuidados intensivos y, sin más, vuelva a cerrar el pecho abierto. ¡Imposible! Si lo hace muere un joven y a usted se le viene encima medio mundo, y su conciencia.
 Así son aquí las cosas. No crea que todo es indiferencia, aunque hay indiferentes; no todo es negligencia aunque hay negligentes. Este hospital no está enclavado en un pueblito, está en el corazón de una ciudad, la más extensa y poblada del mundo, insegura, hostil.
 Hay barrios donde a una muchachita de trece años le jalan los labios y se los vuelan, de arriba hacia abajo, de un balazo. Por no querer dar un beso, sólo por eso. Arrabales donde un simpático gordito de catorce años, que va por el pan a las siete de la noche, cae al suelo luego de escuchar un estruendo. En su muslo se ve un boquete enorme del que mana sangre a borbotones. Hay pleito entre pandillas rivales y surgen las bombas “hechizas”. La bomba que casi le amputa la pierna a este adolescente hizo un boquete de cuarenta centímetros de diámetro en la cortina metálica de un almacén cerrado. A él sólo lo hirió un fragmento. Si lo hubiera alcanzado la “bombita” no hubieran podido encontrar un pedazo de él que fuera más grande que una naranja. Aquí no se andan las cosas por las ramas. Cada guardia es una aventura.
 Yo, que me muevo por aquí con el alma en un hilo y que además soy alma que se lleva el diablo a cualquier parte, le cuento todo esto porque lo sé y porque me duele y porque me llena de orgullo y porque me lleno de rabia. Aquí suceden cosas dignas de contarse y que merecen reconocimiento. Nuestros hospitales de urgencia, tan denostados por todos, precisan de ayuda, de dirigentes que se pongan la camiseta y se involucren. Que se larguen a donde les plazca los malos y los peores, que sólo se queden los buenos. Y los buenos son muchos. Sépalo usted, porque lo sé yo con absoluta certeza.


“EL AGUA, alimento vital para sus células”Extracto de la Introducción

Los setenta millones de millones de células que conforman el cuerpo humano viven en un medio acuoso. Ante una carencia de agua, aunque sea mínima, disminuye la calidad de vida, se dificultan seriamente todas las funciones orgánicas y se adelanta el proceso natural de envejecimiento.
  Pilema Pulmo es una medusa cuyo organismo consiste en 95.40 % de agua. Si quitáramos el agua a esta interesante y primitiva forma de vida pluricelular, sería nada. El 4.60 % restante de su estructura vital devendría en un polvillo insignificante,  imperceptible a la vista.
         Y... ¿qué pasa con el ser humano, la forma más compleja que existe de vida pluricelular? A nadie se le ocurriría pensar que somos tan acuosos como la Pilema Pulmo y ciertamente no lo somos, pero la sustancia gris de nuestro cerebro, donde yacen las facultades de sensibilidad consciente, comandos orgánicos, respuesta a estímulos, memoria, voluntad e inteligencia, formada por cien mil millones de neuronas, está constituida por 85 % de agua, es decir, un poco menos que la que contiene la medusa. Nuestros músculos, esos poderosos tejidos que pone en movimiento un atleta para correr 100 metros en 9.8 segundos, son agua en un 74%. Nuestros huesos, las maravillosas estructuras que nos sostienen o protegen, que son macizas y que parecen tan secas como el palo de una escoba, contienen 5 % de agua. Si extrajéramos a nuestros dos pulmones el agua que contienen devendrían en una especie de pergamino viejo y arrugado que cabría en el puño de un hombre. Y téngase en cuenta que ambos pulmones llenan casi toda nuestra caja torácica, nuestro pecho.
Los seres humanos seguimos siendo una especie de  anfibios. Al cabo de un proceso que duró miles de millones de años la célula originaria, que se formó como “burbuja” en el caldo primitivo, logró desarrollar un sistema respiratorio capaz de obtener oxígeno; primero del agua, luego del aire. También se hizo autosuficiente, capaz de defenderse, de alimentarse y de reproducirse. Fue entonces cuando se aventuró a salir del agua, adaptarse al medio terrestre y dar origen a multitud de especies biológicas. Una de ellas somos nosotros.
Sin embargo, a cuatro mil quinientos millones de años de distancia temporal, no podemos sobrevivir sin agua. De hecho, los 70 millones de millones de células que nos conforman tienen que vivir en un medio 65% líquido. Sin agua nuestras células se secarían como pasitas en cuestión de segundos. Con poca agua serían inútiles. Con niveles de agua ligeramente por debajo de lo requerido sufren y funcionan de manera imperfecta.
  El 70% de nuestro peso corporal es agua. En otras palabras, dos terceras partes de lo que somos físicamente es agua. A este respecto es menester aclarar que el contenido de agua del cuerpo difiere inversamente con su contenido de grasa. Las células de grasa contienen muy poca agua y en contraste las células magras contienen mucha. Por tanto, en una persona obesa el contenido relativo de agua es menor que en una persona delgada.
  El 65% del agua que poseemos se encuentra en el interior de nuestras células (líquido intracelular). El otro 35% es líquido extracelular. De éste, 7% se encuentra dentro de nuestro sistema circulatorio (líquido intravascular) y 28% se encuentra en todos nuestros tejidos, pero fuera de las células (líquido intersticial).
Como puede apreciarse, nuestras células viven en un estanque rodeado de jardines húmedos, a su vez regados por una red inmensa de ingeniosas mangueras pulsátiles y de desagües provistos de válvulas: el sistema circulatorio.
           La sangre, que es el líquido que fluye por la red de mangueras y desagües, es la fuente principal de agua para las células y para todos los tejidos circundantes (o intersticios). También es portadora de sustancias disueltas en ella y que son necesarias para la vida. A su vez, el principal abastecimiento de agua que recibe nuestra sangre es el agua que bebemos. En otras palabras, el “estanque” en el que viven lozanas y felices nuestras células es mantenido por el agua que les proporcionamos diariamente.
La sangre, impulsada por una bomba que es el corazón, lleva hasta las células agua, oxígeno y sustancias nutritivas y saca de ellas bióxido de carbono y sustancias tóxicas o de desecho para transportarlas hasta los órganos excretores (riñones, pulmones, intestinos, piel y glándulas sudoríparas).
          Sin agua, que es el disolvente universal, todo lo anterior sería impensable. El agua es el medio de transporte de casi todas las sustancias que entran y salen de las células; es ella la que confiere humedad, fuerza y plasticidad a los tejidos; es la que almacena o pierde calor para mantener la temperatura idónea que se requiere para vivir en condiciones óptimas; es la que hace posible la ingestión, la digestión y la excreción. Sin agua sería imposible la función celular y, por tanto, la función de los órganos y sistemas.
          El agua se encuentra en todos los alimentos naturales: 85-95% en las verduras y frutas, 65-70% en la carne, 80% en la leche, 35% en el pan.
          Setenta millones de millones de células, que trabajan incansablemente día y noche para mantener nuestras funciones somáticas y mentales, requieren agua con apremio. Aman el agua. Se sienten juveniles y bien dispuestas en presencia suficiente de ella, mueren en su ausencia, funcionan muy mal cuando disminuye notablemente su suministro, y es muy probable que se depriman y envejezcan cuando mengua la lluvia interna que esperan y las vitaliza. Riego que deberíamos proporcionarles continuamente, aunque su requerimiento sea imperceptible a nuestros sentidos.
Este libro tiene como objetivo recomendar al lector que beba agua diariamente aunque crea que no la necesita. Nada se pierde, nada se gasta, nada se daña (salvo ante situaciones específicas que serán mencionadas en el capítulo 8), si se adquiere el hábito de beber agua todos los días. Un poco más agua de la que sentimos es necesaria. Al mismo tiempo, el libro pretende introducir al lector en los fundamentos más elementales de la estructura y funcionamiento de su cuerpo.
Aunque la lógica de la vida y sus orígenes, así como la realidad de nuestra estructura orgánica así lo sugiera, nadie puede asegurar categóricamente que bebiendo un poco de agua “extra” todos los días nuestras células habrán de sentirse mejor, más frescas y en condiciones óptimas para cumplir su cometido, también más juveniles o menos viejas. Pero tampoco existe alguien que pueda asegurar lo contrario.
Beber agua no cuesta y no daña, ¿por qué, entonces, no beberla aunque no sintamos sed? Es probable que a algunas personas no les guste beber un líquido sin sabor, pero por lo mismo no puede ser desagradable, y sí será de beneficio para el organismo.
          Cuando tenemos sed, cuando nuestro cuerpo clama abiertamente por agua, cuando, en otras palabras, se prende el foco rojo de nuestro "tablero orgánico", es probable que muchos millones de células estén muriendo o simplemente desgastándose, envejeciendo prematuramente.
No esperemos a que esto suceda. Juguemos con nuestras células “el juego del agua". Yo te doy agua, célula. Tú decides si la necesitas y por tanto la aprovechas, o si no la necesitas y por tanto la excretas. Se trata de un juego sin perdedores.
Tú, célula, calmas tu sed o sólo te refrescas, yo sé que tus decisiones son perfectas porque obedecen a leyes inmutables de funcionamiento. Lo único que no acepto, que no quiero, es que falles por mi negligencia de regarte. Yo te regalo flores de agua, tú decides si se quedan en el florero todas o sólo algunas, o ninguna. Pero nuestro juego es un juego de siempre. No esperaré, tú lo entiendes, tu reclamo por una flor, te voy a dar todas las flores todos los días. 
Tengo presente que tú, eres setenta millones de millones.     

 
“CERO MENOS UNO. El caos de la consulta en el Seguro Social”Extracto del Prólogo

La consulta externa en el Instituto Mexicano del Seguro Social sigue impartiéndose bajo el obsoleto Sistema Médico Familiar, al que desde hace seis décadas continúan dándole “puliditas”, afinándolo y mejorándolo por decreto. También, por si no bastara con lo anterior, la consulta externa sigue otorgándose en instalaciones propias, atendidas por personal médico contratado de manera colectiva.
Existen personas, médicos o no, que conciben ideas, les dan forma escrita y las plasman en programas de acción; vengan o no al caso, sirvan o no sirvan. Remito al lector a una cita que viene al caso y a la que califico de romántica y cursi:
“En el estallido de la vida nuclear que revoluciona los instantes y parece sojuzgarnos, la medicina familiar, bien entendida, puede ser un remanso desde donde el médico imparta su técnica, comparta su ciencia y, lo que es más, esparza su sentido humanista hacia los demás, encauzando a las generaciones venideras. Casi nos atrevemos a compararlo con el misionero o evangelizador de otras eras. Con la idea de una medicina preventiva en su con-ciencia (sic), con el interés privativo de cuidar la salud más que de restablecerla, con la mística de comprensión al desvalido y al ignorante, el médico familiar puede ser el apóstol de la sociedad  contemporánea sin siquiera la exigencia de su sacrificio, sino simple y llanamente bajo la impartición de la ternura y la solicitud u ofrecimiento de su consejo”(Enrique Cárdenas de la Peña)Sé perfectamente quién fue el doctor Enrique Cárdenas de la Peña, un hombre íntegro y digno de todo respeto, pero quien desde mi punto de vista no  aportó algo para mejorar la consulta externa en el IMSS. Él fue, entre muchas otras cosas, médico familiar del IMSS. Ignoro cuáles fueron sus experiencias al respecto. Lo que sí sé es que conozco a cientos de médicos familiares de distintas épocas y de distintas partes del país y que yo fui médico familiar y posteriormente director de una clínica de consulta externa en la que trabajaban muchos médicos familiares. Nunca sentí, ni nunca escuché o percibí en otros médicos, que el trabajo de atender la consulta externa en el IMSS fuera un “remanso”. Nunca “esparcimos” “sentimiento humanista” a ninguna parte, ni impartimos “ternura” alguna. No nos sentíamos evangelistas y rechazábamos que se nos considerara apóstoles. Hacíamos lo que sabíamos hacer: atender enfermos. Nuestra obligación era atenderlos bien, curarlos y, claro, sacar adelante la demanda de consulta que era mucha y crecía.
Esto mismo es lo que sucede en la actualidad, con el agravante de que se han encarecido tremendamente los costos por atención en el primer nivel, debido al aumento de las unidades aplicativas y por ende del aparato burocrático inmenso que precisan. 
Una clínica de consulta externa del IMSS es un edificio para atender derechohabientes, nada más. Para que esto sea posible se debe dividir ese edificio en consultorios. Se contratan médicos, enfermeras generales, auxiliares de enfermería, trabajadoras sociales, recepcionistas, personal de limpieza, personal de mantenimiento, personal de archivo. Se designa a quien dirija toda la actividad  y a quienes lo auxilien a dirigir. Los consultorios requieren mobiliario. Los médicos requieren batas, estetoscopios, baumanómetros, recetarios, block de incapacidades, expedientes o computadoras. Y lo más importante: los médicos contratados necesitan tener “clientela”. No hay problema, se la dan porque lo que sobran son clientes. Le dan 2,400 a cada uno. Las llamadas clínicas pasan a ser, de esta manera, edificios atestados de burócratas que trabajan a un precio elevadísimo. Y eso no es lo peor, trabajan bajo un sistema, el “Sistema Médico Familiar”, que no facilita las acciones, sino que, por el contrario, las entorpece.
El primer nivel de atención no debería otorgarse en instalaciones propias y con personal contratado. Ahora bien, si ya se hizo así, busquemos el  procedimiento o sistema que mejor facilite el trabajo. Uno mediante el cual la consulta externa sea fluida y eficiente. Uno que elimine fricciones, no uno que las induzca. El primer nivel de atención implica una actividad asistencial, nada más. Debe ofrecer salud, no ternura. A la vez, la carga de trabajo para los médicos, por turno, debe ser equitativa.
 El médico encargado de la consulta externa no tiene por qué dar calor y afecto a nadie. Tiene la obligación, única, de consultar debidamente a los enfermos que lo buscan y de hacerlo de manera eficiente, respetuosa y expedita. Los enfermos que acuden a consulta no van en busca de “ternura”, van en busca de salud.
Desde siempre se ha buscado que los médicos encargados de la consulta externa, y que hacen mayoría entre los médicos contratados por el IMSS, estén muy bien preparados. Seis meses después de que se publicara la primera edición de este libro, leí en un diario que: el Congreso del Trabajo se solidariza con el Director General del Instituto (en aquel entonces era el Lic. Arsenio Farell Cubillas), en su decisión de no permitir el ingreso al mismo a médicos incapaces. Textualmente dijeron:
“Con gran satisfacción tuvimos conocimiento del acuerdo tomado por el Consejo Técnico del Instituto, a su muy digna dirección, en el sentido de exigir a los médicos de nuevo ingreso un examen riguroso para que demuestren su capacidad y preparación. Ellas (las autoridades) sabrán cómo hacer el examen riguroso para que los médicos escogidos sean los que vayan perfectamente bien preparados. Es totalmente justo y necesario que se perfeccione el sistema de médicos del Seguro Social y con esta medida se va a lograr”.
 Esta cita me permite asegurar, sin temor a equivocarme, que los líderes sindicales que conformaban en aquel entonces el Congreso del Trabajo no tenían ni la más remota idea de lo que estaban hablando y, por tanto, de lo que estaba sucediendo en la consulta externa del IMSS. También que el Director General estaba muy despistado, o bien les dio por su lado a los dirigentes obreros, cosa que sería menos grave. Hoy en día el panorama es el mismo. Han cambiado los nombres, pero la ignorancia de los dirigentes obreros y de las máximas autoridades del IMSS es la misma.
 Hago hincapié en el argumento: ... que se perfeccione el sistema de médicos del seguro social y con esta medida (un examen riguroso de admisión) se va a lograr. La aseveración es temeraria. El Consejo Técnico del IMSS decidió que mediante un riguroso examen de admisión se escogería a los médicos ideales para tender a la población derechohabiente. ¡Qué fácil! Sería una solución perfecta e inmediata. Sin embargo, el problema no es la capacidad técnica del médico, su preparación, sus conocimientos. El problema es otro.
 Aseguro que ningún examen riguroso modificará en lo más mínimo la problemática que se vive. Hay algo que se ignora, o que se soslaya, y que es lo más significativo al respecto: TAMBIÉN LOS MÉDICOS CAPACES, Y MUY CAPACES, ESTÁN FUNCIONANDO MAL EN LA CONSULTA EXTERNA
 Otra cosa que deberían saber los señores del Congreso del Trabajo y, por supuesto, el Director General del Instituto, ni que decir el Subdirector General Médico, es que, mediante la contratación colectiva de médicos, se está cometiendo una tremenda injusticia. La injusticia es ésta: todos los médicos ganan, salvo por el concepto de antigüedad, exactamente lo mismo. Gana lo mismo el capaz que el incapaz. Ganan lo mismo, pues, el bueno, el malo y el peor. Siendo todos los médicos desiguales entre sí, trabajan bajo un esquema de contratación que pretende igualarlos, y lo único que les ha igualado es el sueldo. Pedro sabe que él está mejor preparado que Juan, y sabe que trabaja más y mejor que él. Pedro es amable, Juan es hosco y grosero. Pedro está bien preparado, Juan no. Pedro es responsable, a Juan todo le vale madre. Pedro estudia siempre, Juan nunca. Pero Pedro y Juan ganan exactamente lo mismo. Los derechohabientes quieren de médico a Pedro, pero se chingan porque les tocó Juan. Pedro y Juan son la misma cosa para el IMSS, ni más, ni menos. El sueldo de ambos es espantosamente igual para rendimiento tan desigual.
 De esto resulta que Pedro se siente víctima de una injusticia, y no sólo eso, también resulta que Juan no tiene ninguna necesidad de convertirse en Pedro. Es Pedro el que contemplan tres posibilidades: (1) o el Instituto le paga más que a Juan, o (2) Juan iguala sus virtudes, o (3) él se convertirá en Juan. Es esto último lo que viene sucediendo desde que se creó el IMSS. LOS PEDROS SE AJUANAN. Los Juanes no se preocupan por ser Pedros, no en un sistema que les asegura el mismo sueldo. Si los servicios de atención primaria se impartieran al través de personal no contratado, los Pedros tendrían mucha consulta y por lo tanto más ingresos. A los Juanes no los consultaría ni su abuelita. Entonces tendrían que “apedrarse” y de todo ello resultaría un beneficio para la única parte que cuenta: el enfermo.
Con una honrosísima excepción, de la que hablo más adelante, a los Directores Generales del IMSS no les ha preocupado nunca el caos que se vive en la consulta externa, tampoco los costos. ¿Qué sucede todos los días en las clínicas de todo el país?, es algo que no les quita el sueño. Cambiar algo implica, primero, conocer a fondo lo que se va a  cambiar y, segundo, ofrecer una mejor alternativa. Es un asunto riesgoso y no hay quien esté dispuesto a correr el riesgo. ¿Para qué y por qué meterme en problemas si el puesto que me dieron lo quieren muchos? Creo a ciegas en el "Principio de Peter", ya alcancé mi nivel de incompetencia y de aquí no me mueve nadie hasta que me jubile.

Dr. Ricardo Perera Merino

viernes, 29 de julio de 2011

La "NARIZ" que es capaz de oler un cáncer.

Julio 29, 2011.
El doctor Husan Jaiek, del Politécnico de Haifa, Israel, desarrolló un sensor que es capaz de detectar, analizando "olores", células cancerosas. El sensor en cuestión, informan, tiene el tamaño de la cabeza de un alfiler. El sensor se instala en un aparato que podría compararse con un teléfono celular. La persona que es estudiada inspira y espira en la proximidad de este dispositivo. En 30 segundos se obtiene una respuesta. Por ejemplo (los ejemplos son míos): “Hay células malignas en la próstata” o “Hay células malignas en el cuello uterino” o “No hay células malignas”. También podría ser: “Hay células malignas en el estómago, páncreas, hígado y cadena ganglionar paravertebral”. Otra posibilidad podría ser que detectara células malignas sin poder precisar en qué órgano del cuerpo se encuentran.
                En dos años, dice de manera idéntica toda la información que he podido consultar, el sensor podría ser utilizado. Ya se está patentando el dispositivo. “El proyecto, que ya fue probado con éxito en personas, está siendo patentado y cuenta con la ayuda de 1,7 millones de euros del Fondo de Investigaciones de la Unión Europea (UE)”.
                Ahora bien, todas las noticias y comentarios disponibles al respecto datan de septiembre y octubre del año 2007. Han pasado ya cuatro años. ¿Qué ha pasado con el proyecto? ¿Ya fueron realizadas las pruebas anunciadas en 2007? ¿Cuáles fueron los resultados? No hay información reciente entrando a la página del Politécnico de Haifa. Tampoco buscando Husan Jaiek en la red. 
                La posibilidad de que el proyecto de Husan Jaiek tenga un efecto final de éxito, abre muchas puertas para el diagnóstico oportuno de cánceres incipientes y, por lo mismo, para su tratamiento. Se trataría del procedimiento diagnóstico ideal para detectar tumores malignos. Parece un sueño que puede ser realidad. Sería como cerrar los ojos y ver en la parte interior de nuestro párpado superior un lema que diga: “Tienes cáncer en el seno derecho”, o, “Tú no tienes células cancerosas”.
                No existen investigaciones perfectas, tampoco procedimientos perfectos. Siempre hay márgenes, razonables, de error. El procedimiento de Husan Jaiek es, en sí, completamente inocuo, sin embargo, el gran “pero” sería: no en que pasara por alto la presencia de  células cancerosas en quien sí las tiene, sino en dar una falsa positiva, es decir, en informar que las hay en quien no las tiene. ¿Por qué? Porque a una persona que se le diga esto le cambia por completo la vida.
                La utilidad del método estriba en la detección oportuna del cáncer, pero para ser así debe ser un procedimiento de rutina. No en casos específicos, sino en toda la población que, digamos, sea mayor de 30 años. Es obvio que someterse o no al procedimiento sería una decisión voluntaria, pero es muy probable que millones de personas, en todo el mundo, aceptaría hacerlo.  
                 Felicito a Husan Jaiek y a su grupo y deseo que su método se vea coronado por el éxito. La medicina es un ejemplo maravilloso de constante evolución. En su ayuda han venido, especialmente durante el último cuarto de siglo, la química, la física y la ingeniería genética. No se deben frenar avances que, a la larga, como lo demuestra la historia, revolucionan conceptos caducos y se traducen en beneficio para la humanidad.
                Existe la posibilidad, por supuesto, de que el ambicioso proyecto de Husan Jaiek no cumpla con las expectativas. Todo quedaría en un sueño que no se hizo realidad. El tiempo lo dirá.
Dr. Ricardo Perera Merino

jueves, 28 de julio de 2011

Medicina, médicos y pacientes.: ¿Un veneno milagroso?

Medicina, médicos y pacientes.: ¿Un veneno milagroso?

¿Un veneno milagroso?


Julio 28, 2011.
Recientemente, un diario de distribución nacional publicó un artículo que da cuenta de un medicamento cubano que, al decir de sus descubridores, es efectico contra el dolor, la inflamación y las enfermedades neoplásicas (Del francés neoplasie. Multiplicación o crecimiento anormal de células en un tejido orgánico).  El principio activo del medicamento en cuestión es el veneno de un escorpión que pulula en Cuba. Con la toxina de este escorpión elaboraron una “fórmula homeopática” a la que dieron el nombre comercial de “VIDATOX”.
                No existe un solo reporte de estudios científicos serios en relación con este principio activo y su eficacia. Ni ahora, ni nunca, porque desde hace décadas y en todas partes del mundo, el veneno de serpientes, alacranes y otros bichos venenosos se ha puesto en práctica, de manera empírica (aunque también científica con nulos resultados), para tratar neoplasias malignas (también hay neoplasias benignas). Quienes recurren a esos productos mueren, desgraciadamente, con su cáncer. La palabra clave de todo este asunto es: ESPERANZA.
                En todo el mundo se libra, desde hace casi cien años, una lucha encarnizada contra el cáncer. Me refiero a numerosos grupos de científicos serios (oncólogos, genetistas, virólogos, epidemiólogos, etc., entre los que hay premios Nobel de Medicina, Física y Química), que disponen de grandes sumas de dinero y de laboratorios de punta, que intercambian información de manera instantánea, y que han estudiado de manera rigurosa e interdisciplinaria cuanta cosa pueda uno imaginar; incluyendo los venenos de animales terrestres, acuáticos y todo tipo de plantas.
                El VIDATOX, como cualquier producto homeopático, no dañará a nadie. Las diluciones (infinitesimales) de los productos homeopáticos, hacen que sea imposible, para cualquier laboratorio especializado, descubrir en ellas nada que no sea agua. No va a dañar y no va a curar, pero se va a vender. Se trata, como casi todos los productos homeopáticos,  de un gran placebo. Cuba se llenará de “esperanzados” y entrarán divisas. Después, como hizo Hugo Chávez, se irán a Brasil, a USA o regresarán a Cuba para someterse a un tratamiento de quimioterapia o esperarán la muerte con resignación. Es lamentable, pero es cierto. Lo que es, es.
Dr. Ricardo Perera Merino 

viernes, 15 de julio de 2011

PLAZA DE SANTO DOMINGO EN OTOÑO (un relato breve)

                                                                                                                                    
Cuando estaba por irme llegó el viejito. Lo vi caminar con precaución, despacio, con pasos cortos. Calzaba botas toscas, como de minero, demasiado pesadas para ese cuerpo pequeñito. Su cara tenía una expresión muy viva, hermosa. Se le juntaban los labios como sucede en personas que ya no tienen dientes.
            Era de llamar la atención la manera como veía todo. La plaza parecía suya, como si su vida hubiera transcurrido bajo ese cielo, sobre ese piso, entre aquellos edificios coloniales. Aquí tal vez, como lo hacían algunos niños a cuyo lado pasó, había jugado canicas de pequeño; aquí, sentado en alguna banca, le habría declarado su amor a una muchacha. Es posible que a esta plaza trajera hace muchos años a sus hijos, y luego a sus nietos. La plaza seguía igual y él había envejecido, pero ... ¿era así? ¿O era que la plaza tenía los años que él tenía? La plaza nació cuando él tuvo conciencia de ella, por lo tanto eran contemporáneos, ella era tan vieja como él, y también, como él, había visto días mejores o simplemente distintos. La plaza estaba cansada, porque él estaba cansado.
            El anciano pasó frente a mí. Con la mano derecha se cercioraba de que estuviera cerrada la bragueta del pantalón y con la izquierda, de articulaciones deformadas, cargaba una mochila de plástico medio rota, grisácea. Buscó una banca vacía y fue hacía ella. Se sentó y colocó a su lado la mochila. A su derecha estaba el edificio que fue en otro tiempo la Escuela Nacional de Medicina, y mucho antes el Palacio de la Santa Inquisición. Frente a él, la fuente a la cual me encontraba yo sentado. Era un medio día otoñal. Veinticinco años atrás yo había mirado esa plaza con otros ojos. Era muy distinta y sin embargo era la misma. Entre la nostalgia del viejito y mi nostalgia, la única diferencia era de décadas. Para los dos la plaza tenía la misma edad, el mismo significado: sus años y los míos.
            El portón abierto de la antigua Escuela de Medicina dio paso franco a mi imaginación. El patio estaba lleno de estudiantes y podía verme, jovencito, con un grueso tomo de anatomía bajo un brazo y con un hueso del cráneo en una mano. La vivencia era tan clara, que escuchaba la algarabía, las risas, las preguntas. Vi pasar a Aurora, la estudiante más hermosa de mi generación. ¿Qué cosas no vería la imaginación del viejito? Estaba viviendo sesenta, cincuenta, treinta años atrás. Tal vez él y yo nos cruzamos por aquí algún día, y el de hoy era un reencuentro. Dentro de cuarenta años, pensé, casi todos los que estábamos ese medio día en la plaza ya estaríamos muertos. ¿Alguno de los presentes estuvo aquí cuando el viejito tenía mi edad? ¿Alguno cuando yo cruzaba por la plaza como estudiante? La plaza de Santo Domingo era de todos, más de unos que de otros, y los años le traería nuevos dueños.
            Frente al anciano pasó una pareja joven tomada de las manos. Aquél la siguió con la vista hasta que un perro viejo vino a echarse a su lado. Él lo vio, miró los ojos del animal y se inclinó para acariciarlo, le pasó una mano por el cuello, con ternura, y luego se la dejó lamer hasta que una paloma tornasolada, que picoteaba granos de arroz cerca de sus botas, llamó su atención.
            El viejo abrió su mochila justo cuando el enorme reloj del templo marcó las doce horas. En ese momento sonaron las campanas de la catedral y docenas de palomas volaron en todas direcciones: del suelo a las cornisas, de los balcones a la fuente, de las bancas a las azoteas y al atrio de la iglesia.
            Había gente por todas partes. Dos o tres boleros dando grasa. Un hombre vendiendo tacos de canasta, parejas, paseantes, mirones como yo. Atrás del viejito la calle repleta de camiones, ruidosa. El sol cayendo vertical por todas partes. El sol de siempre, pero no el mismo sol de todos. Más del viejito que de nadie. El perro viejo levantó las orejas, la cabeza, y ladró su inconformidad, sin muchas ganas, a un perrazo que se acercaba altivo, ágil y brioso. Sentado por ahí, con un libro entre las manos, un jovencito distraía de vez cuando su atención en la lectura para mirar la vida que bullía a su alrededor. Lo vi observarme y observar al anciano.
            El viejito miró al perro y al perrazo, se encogió de hombros, sacó de su mochila un refresco y lo puso sobre el suelo, aprisionado entre sus botas. Extrajo un vaso grande de plástico, color rosa mexicano, lo colocó entre sus muslos y enseguida sacó una botella tipo ánfora, sin etiquetas, que contenía un líquido incoloro.
            Yo no perdía un movimiento y él fijó en mis sus ojos. Le sostuve la mirada. Sin dejar de verme abrió el ánfora, la levantó hasta la altura de su cara. Por un momento tuve la impresión de que me invitaba, o de que quería decir alguna cosa. Tal vez mis cabellos entrecanos, y escasos, eran un vínculo entre los dos, algo que nos distinguía de los demás. ¿O era que él sabía que yo también evocaba recuerdos? Quitó de mi la vista y la centró en la botella, como cerciorándose del nivel de su contenido. Vertió una porción generosa del líquido en el vaso que seguían flanqueando sus muslos. Lo levantó, lo miró a contraluz y le añadió otro chorrito. Cerró la botella, extrajo de la mochila un destapador, abrió el refresco y llenó el vaso. Volvió a fijar en mí su atención al mismo tiempo que agitaba el vaso con movimientos circulares. Hizo un leve movimiento de cabeza que interpreté como saludo, y respondí de igual forma. Él sorbió una buena porción del preparado, lo tragó con avidez, hizo un gesto entre doloroso y placentero, abrió la boca, exhaló un "aaahhh" muy largo, y sonrió complacido. Nos mirábamos. ¿Le recordaba yo a alguien? ¿A él mismo años atrás? ¿Tuvo él en algún mediodía de otoño a un viejito como el mío? ¿Tendré alguna vez, si vivo tanto como él, a un cuarentón como el suyo?
            En el segundo intento apuró la mitad de la bebida; miró al perro viejo, a mí, a la fuente, a las parejas. Movió los labios como quien habla solo o no tiene aliento para hablar fuerte, y se desabrochó todos los botones del suéter. Daba la impresión el viejito de sentirse dueño de la plaza; y en realidad lo era desde hacía mucho tiempo.
            Eran las trece pasadas cuando me levanté. El viejito dormía plácidamente. Su cabeza estaba recostada sobre el hombro izquierdo; el cachete de ese lado, aplastado, se proyectaba hacia adelante abriendo y deformando la boca. Por ella babeaba el viejito y por ella se le escapaba un roncar moderado, tímido. El vaso rosa mexicano, vacío, estaba en su lugar entre los muslos. La botella de refresco seguía prisionera entre las botas. El ánfora se había roto un poco antes, ya sin contenido, cuando se abrió la mano que colgaba por el lado derecho de la banca. La mano izquierda y parte del antebrazo estaban dentro de la mochila abierta. Dormía contento el viejito, y seguramente soñaba. Soñar es algo que no nos quita el tiempo.
            Crucé despacio la plaza, rumbo al Zócalo. El jovencito que leía muy atento me miró, hice un leve movimiento de cabeza, el correspondió de igual manera y continuó leyendo.
            La plancha de concreto donde se reflejaba el sol, en la Plaza de la Constitución, parecía un espejo.
(Octubre, 1980)
Ricardo Perera Merino