viernes, 29 de julio de 2011

La "NARIZ" que es capaz de oler un cáncer.

Julio 29, 2011.
El doctor Husan Jaiek, del Politécnico de Haifa, Israel, desarrolló un sensor que es capaz de detectar, analizando "olores", células cancerosas. El sensor en cuestión, informan, tiene el tamaño de la cabeza de un alfiler. El sensor se instala en un aparato que podría compararse con un teléfono celular. La persona que es estudiada inspira y espira en la proximidad de este dispositivo. En 30 segundos se obtiene una respuesta. Por ejemplo (los ejemplos son míos): “Hay células malignas en la próstata” o “Hay células malignas en el cuello uterino” o “No hay células malignas”. También podría ser: “Hay células malignas en el estómago, páncreas, hígado y cadena ganglionar paravertebral”. Otra posibilidad podría ser que detectara células malignas sin poder precisar en qué órgano del cuerpo se encuentran.
                En dos años, dice de manera idéntica toda la información que he podido consultar, el sensor podría ser utilizado. Ya se está patentando el dispositivo. “El proyecto, que ya fue probado con éxito en personas, está siendo patentado y cuenta con la ayuda de 1,7 millones de euros del Fondo de Investigaciones de la Unión Europea (UE)”.
                Ahora bien, todas las noticias y comentarios disponibles al respecto datan de septiembre y octubre del año 2007. Han pasado ya cuatro años. ¿Qué ha pasado con el proyecto? ¿Ya fueron realizadas las pruebas anunciadas en 2007? ¿Cuáles fueron los resultados? No hay información reciente entrando a la página del Politécnico de Haifa. Tampoco buscando Husan Jaiek en la red. 
                La posibilidad de que el proyecto de Husan Jaiek tenga un efecto final de éxito, abre muchas puertas para el diagnóstico oportuno de cánceres incipientes y, por lo mismo, para su tratamiento. Se trataría del procedimiento diagnóstico ideal para detectar tumores malignos. Parece un sueño que puede ser realidad. Sería como cerrar los ojos y ver en la parte interior de nuestro párpado superior un lema que diga: “Tienes cáncer en el seno derecho”, o, “Tú no tienes células cancerosas”.
                No existen investigaciones perfectas, tampoco procedimientos perfectos. Siempre hay márgenes, razonables, de error. El procedimiento de Husan Jaiek es, en sí, completamente inocuo, sin embargo, el gran “pero” sería: no en que pasara por alto la presencia de  células cancerosas en quien sí las tiene, sino en dar una falsa positiva, es decir, en informar que las hay en quien no las tiene. ¿Por qué? Porque a una persona que se le diga esto le cambia por completo la vida.
                La utilidad del método estriba en la detección oportuna del cáncer, pero para ser así debe ser un procedimiento de rutina. No en casos específicos, sino en toda la población que, digamos, sea mayor de 30 años. Es obvio que someterse o no al procedimiento sería una decisión voluntaria, pero es muy probable que millones de personas, en todo el mundo, aceptaría hacerlo.  
                 Felicito a Husan Jaiek y a su grupo y deseo que su método se vea coronado por el éxito. La medicina es un ejemplo maravilloso de constante evolución. En su ayuda han venido, especialmente durante el último cuarto de siglo, la química, la física y la ingeniería genética. No se deben frenar avances que, a la larga, como lo demuestra la historia, revolucionan conceptos caducos y se traducen en beneficio para la humanidad.
                Existe la posibilidad, por supuesto, de que el ambicioso proyecto de Husan Jaiek no cumpla con las expectativas. Todo quedaría en un sueño que no se hizo realidad. El tiempo lo dirá.
Dr. Ricardo Perera Merino

jueves, 28 de julio de 2011

Medicina, médicos y pacientes.: ¿Un veneno milagroso?

Medicina, médicos y pacientes.: ¿Un veneno milagroso?

¿Un veneno milagroso?


Julio 28, 2011.
Recientemente, un diario de distribución nacional publicó un artículo que da cuenta de un medicamento cubano que, al decir de sus descubridores, es efectico contra el dolor, la inflamación y las enfermedades neoplásicas (Del francés neoplasie. Multiplicación o crecimiento anormal de células en un tejido orgánico).  El principio activo del medicamento en cuestión es el veneno de un escorpión que pulula en Cuba. Con la toxina de este escorpión elaboraron una “fórmula homeopática” a la que dieron el nombre comercial de “VIDATOX”.
                No existe un solo reporte de estudios científicos serios en relación con este principio activo y su eficacia. Ni ahora, ni nunca, porque desde hace décadas y en todas partes del mundo, el veneno de serpientes, alacranes y otros bichos venenosos se ha puesto en práctica, de manera empírica (aunque también científica con nulos resultados), para tratar neoplasias malignas (también hay neoplasias benignas). Quienes recurren a esos productos mueren, desgraciadamente, con su cáncer. La palabra clave de todo este asunto es: ESPERANZA.
                En todo el mundo se libra, desde hace casi cien años, una lucha encarnizada contra el cáncer. Me refiero a numerosos grupos de científicos serios (oncólogos, genetistas, virólogos, epidemiólogos, etc., entre los que hay premios Nobel de Medicina, Física y Química), que disponen de grandes sumas de dinero y de laboratorios de punta, que intercambian información de manera instantánea, y que han estudiado de manera rigurosa e interdisciplinaria cuanta cosa pueda uno imaginar; incluyendo los venenos de animales terrestres, acuáticos y todo tipo de plantas.
                El VIDATOX, como cualquier producto homeopático, no dañará a nadie. Las diluciones (infinitesimales) de los productos homeopáticos, hacen que sea imposible, para cualquier laboratorio especializado, descubrir en ellas nada que no sea agua. No va a dañar y no va a curar, pero se va a vender. Se trata, como casi todos los productos homeopáticos,  de un gran placebo. Cuba se llenará de “esperanzados” y entrarán divisas. Después, como hizo Hugo Chávez, se irán a Brasil, a USA o regresarán a Cuba para someterse a un tratamiento de quimioterapia o esperarán la muerte con resignación. Es lamentable, pero es cierto. Lo que es, es.
Dr. Ricardo Perera Merino 

viernes, 15 de julio de 2011

PLAZA DE SANTO DOMINGO EN OTOÑO (un relato breve)

                                                                                                                                    
Cuando estaba por irme llegó el viejito. Lo vi caminar con precaución, despacio, con pasos cortos. Calzaba botas toscas, como de minero, demasiado pesadas para ese cuerpo pequeñito. Su cara tenía una expresión muy viva, hermosa. Se le juntaban los labios como sucede en personas que ya no tienen dientes.
            Era de llamar la atención la manera como veía todo. La plaza parecía suya, como si su vida hubiera transcurrido bajo ese cielo, sobre ese piso, entre aquellos edificios coloniales. Aquí tal vez, como lo hacían algunos niños a cuyo lado pasó, había jugado canicas de pequeño; aquí, sentado en alguna banca, le habría declarado su amor a una muchacha. Es posible que a esta plaza trajera hace muchos años a sus hijos, y luego a sus nietos. La plaza seguía igual y él había envejecido, pero ... ¿era así? ¿O era que la plaza tenía los años que él tenía? La plaza nació cuando él tuvo conciencia de ella, por lo tanto eran contemporáneos, ella era tan vieja como él, y también, como él, había visto días mejores o simplemente distintos. La plaza estaba cansada, porque él estaba cansado.
            El anciano pasó frente a mí. Con la mano derecha se cercioraba de que estuviera cerrada la bragueta del pantalón y con la izquierda, de articulaciones deformadas, cargaba una mochila de plástico medio rota, grisácea. Buscó una banca vacía y fue hacía ella. Se sentó y colocó a su lado la mochila. A su derecha estaba el edificio que fue en otro tiempo la Escuela Nacional de Medicina, y mucho antes el Palacio de la Santa Inquisición. Frente a él, la fuente a la cual me encontraba yo sentado. Era un medio día otoñal. Veinticinco años atrás yo había mirado esa plaza con otros ojos. Era muy distinta y sin embargo era la misma. Entre la nostalgia del viejito y mi nostalgia, la única diferencia era de décadas. Para los dos la plaza tenía la misma edad, el mismo significado: sus años y los míos.
            El portón abierto de la antigua Escuela de Medicina dio paso franco a mi imaginación. El patio estaba lleno de estudiantes y podía verme, jovencito, con un grueso tomo de anatomía bajo un brazo y con un hueso del cráneo en una mano. La vivencia era tan clara, que escuchaba la algarabía, las risas, las preguntas. Vi pasar a Aurora, la estudiante más hermosa de mi generación. ¿Qué cosas no vería la imaginación del viejito? Estaba viviendo sesenta, cincuenta, treinta años atrás. Tal vez él y yo nos cruzamos por aquí algún día, y el de hoy era un reencuentro. Dentro de cuarenta años, pensé, casi todos los que estábamos ese medio día en la plaza ya estaríamos muertos. ¿Alguno de los presentes estuvo aquí cuando el viejito tenía mi edad? ¿Alguno cuando yo cruzaba por la plaza como estudiante? La plaza de Santo Domingo era de todos, más de unos que de otros, y los años le traería nuevos dueños.
            Frente al anciano pasó una pareja joven tomada de las manos. Aquél la siguió con la vista hasta que un perro viejo vino a echarse a su lado. Él lo vio, miró los ojos del animal y se inclinó para acariciarlo, le pasó una mano por el cuello, con ternura, y luego se la dejó lamer hasta que una paloma tornasolada, que picoteaba granos de arroz cerca de sus botas, llamó su atención.
            El viejo abrió su mochila justo cuando el enorme reloj del templo marcó las doce horas. En ese momento sonaron las campanas de la catedral y docenas de palomas volaron en todas direcciones: del suelo a las cornisas, de los balcones a la fuente, de las bancas a las azoteas y al atrio de la iglesia.
            Había gente por todas partes. Dos o tres boleros dando grasa. Un hombre vendiendo tacos de canasta, parejas, paseantes, mirones como yo. Atrás del viejito la calle repleta de camiones, ruidosa. El sol cayendo vertical por todas partes. El sol de siempre, pero no el mismo sol de todos. Más del viejito que de nadie. El perro viejo levantó las orejas, la cabeza, y ladró su inconformidad, sin muchas ganas, a un perrazo que se acercaba altivo, ágil y brioso. Sentado por ahí, con un libro entre las manos, un jovencito distraía de vez cuando su atención en la lectura para mirar la vida que bullía a su alrededor. Lo vi observarme y observar al anciano.
            El viejito miró al perro y al perrazo, se encogió de hombros, sacó de su mochila un refresco y lo puso sobre el suelo, aprisionado entre sus botas. Extrajo un vaso grande de plástico, color rosa mexicano, lo colocó entre sus muslos y enseguida sacó una botella tipo ánfora, sin etiquetas, que contenía un líquido incoloro.
            Yo no perdía un movimiento y él fijó en mis sus ojos. Le sostuve la mirada. Sin dejar de verme abrió el ánfora, la levantó hasta la altura de su cara. Por un momento tuve la impresión de que me invitaba, o de que quería decir alguna cosa. Tal vez mis cabellos entrecanos, y escasos, eran un vínculo entre los dos, algo que nos distinguía de los demás. ¿O era que él sabía que yo también evocaba recuerdos? Quitó de mi la vista y la centró en la botella, como cerciorándose del nivel de su contenido. Vertió una porción generosa del líquido en el vaso que seguían flanqueando sus muslos. Lo levantó, lo miró a contraluz y le añadió otro chorrito. Cerró la botella, extrajo de la mochila un destapador, abrió el refresco y llenó el vaso. Volvió a fijar en mí su atención al mismo tiempo que agitaba el vaso con movimientos circulares. Hizo un leve movimiento de cabeza que interpreté como saludo, y respondí de igual forma. Él sorbió una buena porción del preparado, lo tragó con avidez, hizo un gesto entre doloroso y placentero, abrió la boca, exhaló un "aaahhh" muy largo, y sonrió complacido. Nos mirábamos. ¿Le recordaba yo a alguien? ¿A él mismo años atrás? ¿Tuvo él en algún mediodía de otoño a un viejito como el mío? ¿Tendré alguna vez, si vivo tanto como él, a un cuarentón como el suyo?
            En el segundo intento apuró la mitad de la bebida; miró al perro viejo, a mí, a la fuente, a las parejas. Movió los labios como quien habla solo o no tiene aliento para hablar fuerte, y se desabrochó todos los botones del suéter. Daba la impresión el viejito de sentirse dueño de la plaza; y en realidad lo era desde hacía mucho tiempo.
            Eran las trece pasadas cuando me levanté. El viejito dormía plácidamente. Su cabeza estaba recostada sobre el hombro izquierdo; el cachete de ese lado, aplastado, se proyectaba hacia adelante abriendo y deformando la boca. Por ella babeaba el viejito y por ella se le escapaba un roncar moderado, tímido. El vaso rosa mexicano, vacío, estaba en su lugar entre los muslos. La botella de refresco seguía prisionera entre las botas. El ánfora se había roto un poco antes, ya sin contenido, cuando se abrió la mano que colgaba por el lado derecho de la banca. La mano izquierda y parte del antebrazo estaban dentro de la mochila abierta. Dormía contento el viejito, y seguramente soñaba. Soñar es algo que no nos quita el tiempo.
            Crucé despacio la plaza, rumbo al Zócalo. El jovencito que leía muy atento me miró, hice un leve movimiento de cabeza, el correspondió de igual manera y continuó leyendo.
            La plancha de concreto donde se reflejaba el sol, en la Plaza de la Constitución, parecía un espejo.
(Octubre, 1980)
Ricardo Perera Merino

jueves, 14 de julio de 2011

Los médicos españoles renuevan su Código Deontológico para incluir por primera vez la sedación y la objeción de conciencia

Julio 14, 2011.
 El Código Deontológico Médico de la Organización Médica Colegial  (OMC) española fue renovado y aprobado este mes (julio de 2011). Con él se modifica el Código Deontológico médico, español, de 1999. Quien esté interesado en leer todos los artículos de dicho Código puede hacerlo fácilmente por internet.
         Me parece muy importante la inclusión de dos temas que deben adoptar todos los países: (1) la sedación en pacientes que cursan enfermedades agónicas y que, obviamente, están desahuciados y (2) La objeción de conciencia.
La sedación
Sedar a un paciente que sufre, sedarlo profundamente aunque la sedación sea peligrosa (?) es, a mi juicio, una obligación que debemos asumir los médicos. Es una acción médica netamente humanista. ¿Qué peligro puede derivarse de sedar a un moribundo? El Dr. Rodríguez Sendín, presidente de la OMC, nos dice:
En lo que respecta a la sedación en la agonía, se trata de una práctica médica como otra cualquiera que, por primera vez, se consagra como científica y éticamente correcta ante síntomas refractarios para evitar que los pacientes sufran innecesariamente. El médico tiene el deber de intentar la curación o mejoría del paciente siempre que sea posible, aunque cuando ya no lo sea, permanece la obligación de aplicar las medidas  adecuadas para conseguir su bienestar, aún cuando de ello pudiera derivarse un acortamiento de la vida.
(Se puede consultar en: www.elsemanaldigital.com/los-medicos-renuevan-su código-deontológico).
Estoy totalmente de acuerdo con el Dr. Rodríguez Sendín, aunque, al respecto, me permito añadir, preguntando: ¿acortar qué vida? Lo que se hace al sedar al paciente desahuciado es evitarle sufrimiento y dejar de prolongar su muerte (su agonía).

La objeción de conciencia
Existen leyes o reglamentaciones, en algunos países, que pueden entrar en conflicto con la ética, o simplemente con las convicciones, de un médico. México es uno de esos países. Cuando la Asamblea Legislativa del Distrito Federal aprobó la Ley que otorga a la mujer el derecho a abortar voluntariamente, se creó un enorme conflicto. Jóvenes mujeres con embarazo reciente, capitalinas o provincianas, empezaron a acudir a los hospitales generales de la Secretaría de Salud del D.F., para que se les practicara un legrado. Algunas, muchas, lo exigían alegando el derecho que les otorgaba la ley. La mayoría de los médicos ginecoobstetras se negó a practicar legrados en mujeres que cursaban con un embarazo normal. Unos por convicciones religiosas, otros por convicciones puramente médicas, otros por ambas razones. ¿Podía la ley obligarlos a practicar legrados? Obviamente no, pero se creó un conflicto de “conciencia”.
         Con la “objeción de conciencia”, el Código Deontológico médico español, pone fin a este conflicto. Veamos que nos dice al respecto:
Capítulo VI
OBJECIÓN DE CONCIENCIA
Artículo 32
1.- Se entiende por objeción de conciencia la negativa del médico a someterse, por convicciones éticas, morales o religiosas, a una conducta que se le exige, ya sea jurídicamente, por mandato de la autoridad o por una resolución administrativa, de tal forma que realizarla violenta seriamente su conciencia.
2.- El reconocimiento de la objeción de conciencia del médico es un presupuesto imprescindible para garantizar la libertad e independencia de su ejercicio profesional. No es admisible una objeción de conciencia colectiva o institucional.
         El Código deja perfectamente claro, y lo sabe cualquier médico, que la práctica de un legrado en condiciones de urgencia es una obligación. Esto se refiere (la observación es mía) a casos de sangrado por aborto en evolución o aborto incompleto, aunque se trate de casos en que la mujer se provocó el inicio del aborto para lograr su propósito.
         Otro avance importante en el Código Deontológico médico español es lo consignado en el Capítulo VII, ATENCIÓN MÉDICA AL FINAL DE LA VIDA, Artículo 36:
1.- El médico tiene el deber de intentar la curación o mejoría del paciente siempre que sea posible. Cuando ya no lo sea, permanece la obligación de aplicar las medidas adecuadas para conseguir su bienestar, aún cuando de ello pudiera derivarse un acortamiento de la vida, contando con el consentimiento del paciente.
2.- El médico no deberá emprender o continuar acciones diagnósticas o terapéuticas sin esperanzas, inútiles u obstinadas. Ha de tener en cuenta la voluntad explícita del paciente a rechazar dicho tratamiento para prolongar su vida. Cuando su estado no le permita tomar decisiones, tendrá en consideración y valorará las indicaciones anteriormente hechas y la opinión de las personas vinculadas responsables.
3.- El médico nunca provocará intencionadamente la muerte de ningún paciente, ni siquiera en caso de petición expresa por parte de éste.
4.- El médico está obligado a atender las peticiones del paciente reflejadas en el documento de voluntades anticipadas, a no ser que vayan contra la buena práctica médica.
5.- La sedación en la agonía es científica y éticamente correcta sólo cuando existen síntomas refractarios a los recursos terapéuticos disponibles y se dispone del consentimiento del paciente implícito, explícito o delegado.
Resulta obvio que en estas disposiciones se le cierra la puerta a la Eutanasia propiamente dicha y al Suicidio Asistido en pacientes que llenan los requisitos de desahucio, sufrimiento y agonía prolongada; sin embargo, la legislación española (los principios de deontología médica) avanza en ese sentido y pone un ejemplo a la mayoría de los países que conforman la Unión Europea.
¡Enhorabuena!
Dr. Ricardo Perera Merino

domingo, 10 de julio de 2011

¿Existe una buena relación médico-paciente en el Sistema Médico Familiar?

Julio 10, 2011.

Se ha escrito mucho sobre este tema, porque es un tema que preocupa. Los expertos, y estudiosos, en medicina familiar observan y dan seguimiento al comportamiento de los médicos familiares y a la satisfacción o insatisfacción de las personas (enfermas o no)  que los consultan. Al respecto, sacan conclusiones y proponen modelos de atención.
         El tema no es nuevo. En México data de 1959 (62 años), fecha en la que se oficializó el Sistema Médico Familiar como modelo para impartir la consulta externa (primer nivel de atención) en el IMSS. Casi todos los interesados en el tema, principalmente investigadores de la UNAM y “planeadores” institucionales, lo que buscan es que el Sistema Médico Familiar sea operante, que sea el ideal; que funcione aunque sea por decreto. Esta búsqueda incansable, e inútil, es un reconocimiento implícito de que el sistema no funciona adecuadamente. El trabajo más serio, y completo, que he leído sobre el tema es:
“Importancia de la comunicación médico-paciente en la medicina familiar”
Hernández Torres I, Fernández Ortega MA, Irigoyen Coria A, Hernández Hernández MA.
Archivos en Medicina Familiar, Vol 8 (2) 137-143, 2006.
           
El meollo del trabajo es la importancia que tiene una buena comunicación médico-paciente y hacer hincapié en que esta importancia es mayor para el médico familiar. Los autores nos dicen: “El propósito de este trabajo es presentar diversos tópicos sobre el tema de la comunicación en la relación médico paciente con la intención de contribuir a que el médico familiar logre una comunicación más efectiva con su paciente, la familia y el equipo de salud”.
Como en casi todos los trabajos al respecto, los autores señalan que el médico familiar no sólo debe incursionar en el aspecto biológico del individuo, sino también en el psicológico y social. Esto último es uno de los añejos, e incumplidos, objetivos del Sistema Médico Familiar, que dice: “Permitir que el médico pueda conocer en sus aspectos físicos y psicológicos al núcleo humano a su cuidado y, en consecuencia, actuar eficazmente como consejero y educador de las familias, particularmente en lo que se refiere a la prevención de enfermedades”.
         El trabajo que comento es, como ya mencioné, un trabajo serio, pero es un trabajo que se basa en condiciones ideales. Una buena parte de los enunciados de este ensayo son, per se, irrebatibles. Cito como ejemplo el que me parece más significativo: “el paciente debe sentirse escuchado y debe percibir interés por parte del médico”. No hay quien se atreva a rebatir que esto es válido y que es fundamental. Sin embargo, para abordar un problema que es mayúsculo, que es crónico y que parece irreversible, no son válidos los planteamientos basados en condiciones ideales. Imagino un consultorio “prueba” montado en la Facultad de medicina de la UNAM, en el cual  un paciente está frente a un médico que dispone de todo el día para atenderlo, escucharlo, comprenderlo y mostrarle su interés.
         Los autores nos ofrecen una cita de Tates: “una de las mayores cualidades del médico debe ser su conducta afectiva que le permita reflejar sentimientos, mostrar empatía y preocupación por sus pacientes”. En otra parte del trabajo nos dicen que Korsch: “apoya la idea de que hay una relación significativa entre la satisfacción del paciente y lo amigable y simpático que pudiera ser el médico …”. Y aquí ya entramos al terreno de lo rebatible. Esto, señor Tates, señor Korsch, podría suceder en el consultorio “prueba” montado en la Facultad de Medicina de la UNAM, pero es imposible en una clínica de consulta externa del IMSS o del ISSTE, en cualquier rincón del país. En estas clínicas el médico que atiende a un derechohabiente, enfermo o no, sabe que afuera esperan otras 20 o 25 personasy que él dispone de pocos minutos para atender a cada uno, de modo que, por más amigable, sentimental, preocupado y simpático que quiera ser, lo que lo apremia es el tiempo. Le gana la prisa.
         En mi libro “CERO menos UNO. El caos de la consulta en el Seguro Social”, cuya quinta edición actualizada y corregida está por ser publicada, argumento que el Sistema Médico Familiar es obsoleto, que los derechohabientes no consideran médico de sus familias a los médicos “familiares” que les imponen, y que los médicos “familiares” no se siente médicos de familia alguna. Aseguro también, que es imposible conocer en sus aspectos psicológicos a 2,400 personas. El Sistema Médico Familiar es inoperante. Impide que la consulta externa sea eficiente y expedita y es causa de que la carga de trabajo entre los médicos de un mismo turno sea muy desigual.
         ¿Los autores del trabajo en cuestión y los señores Tate, Korsch y otros señores que citan, han trabajado alguna vez como médicos familiares? ¿Han estado en la trinchera? ¿Han escuchado que los derechohabientes y/o sus representantes sindicales les mienten la madre con o sin razón? Hay alternativas para atender la consulta externa institucional en las que no tienen cabida los adjetivos de afecto, simpatía, amigable o ternura, pero que hacen posible que la atención sea expedita, eficiente y respetuosa. El primer requisito es terminar con el obsoleto Sistema Médico Familiar. Sin este requisito seguiremos en el terreno de la utopía, la que, según el Diccionario de la Real Academia Española es un: Plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su formulación.
Dr. Ricardo Perera Merino

sábado, 9 de julio de 2011

Ocho siglos de Ética y Deontología médica

 Julio 09, 2011.
El español Arnaldo de Vilanova, quien ejerció la medicina en el siglo XIII, nos legó algunos consejos fundamentales. Entresaco de sus escritos cuatro aforismos que, a 800 años después de haber sido pronunciados, tienen una vigencia que jamás han perdido:
     1) El que quiera ostentar con justicia y provecho el título de médico, debe proponerse un fin noble y elevado.
    2) Toda curación progresa si se usa lo que aprovecha y se evita lo que daña.
   3) Es embustero e ignorante el médico que echa mano de remedios inusitados y raros pudiendo socorrer al enfermo con los comunes y sabios.
   4) Sea el médico, en su obra profesional, cumplidor fiel de su deber, para que por impericia no dañe, por negligencia no hiera y por imprudencia o dolo no mate.
            Opino que estos aforismos deben estar escritos, ocupando toda una pared, en cualquier consultorio médico y, mejor aún, deben estar escritos en la conciencia de toda persona que ejerce la medicina.
Dr. Ricardo Perera Merino.

jueves, 7 de julio de 2011

El recetario médico

 Julio 07, 2011.
A los médicos nos molestan mucho en relación con el documento en el que prescribimos  medicamentos: la receta. La burocracia sanitaria se puso en marcha para “ilustrarnos” al respecto. La receta debe ser un documento impreso en el que se consigne el nombre del médico que prescribe, el número de su cédula profesional, la universidad en la que cursó la carrera y, de tenerla, su especialidad. También la dirección de su consultorio y su teléfono.
         Si bien no existe una reglamentación que obligue al médico a mandar a hacer sus recetarios en una imprenta, los pacientes enfrentan dificultades cuando la receta que llevan a una farmacia es una simple hoja de papel, tamaño media carta, elaborada por el médico en una computadora y en la que consigna todos los datos mencionados arriba. ¿Existe alguna diferencia entre una receta hecha por el médico y una receta hecha por una imprenta? El papel, tal vez. Las imprentas utilizan papeles sofisticados, gruesecitos, y no necesariamente de color blanco con letras negras. Puede tratarse de recetas azulitas, verduzcas y hasta color de rosa, con letras del tipo y color que el médico elija. Algunos las mandan a hacer con figuritas. Un cardiólogo, por ejemplo, puede mandar a hacer sus recetas con un corazón muy rojo en una de las esquinas; o un cirujano plástico puede pedir que, como fondo diluido se vean unos senos flojos al lado de unos senos firmes y altivos. El formato es, definitivamente, más profesional  y, por esto, tiene un costo elevado. La receta de computadora es sencilla, generalmente impresa en una simple hoja blanca. El costo para el médico es mínimo y elabora únicamente las que necesita. La firma del médico, lo que verdaderamente cuenta, es la misma en una versión o en la otra.
         ¿Qué importancia puede tener, en una receta, que esté consignado el nombre de la universidad de la que es egresado el médico? El número de cédula profesional es fundamental y no debe faltar, pero la universidad es irrelevante. Para obtener la cedula profesional es menester registrar el título profesional en la Secretaria de Educación Pública. El título, en el que lo primero que resalta es la universidad que lo extendió, es registrado en un Libro. ¿Le importa a alguien que el médico sea egresado de la “Benemérita Universidad Autónoma de Puebla”, de la “Universidad Autónoma de México” o de la “Universidad La Salle”, campus Morelia? ¿La consignación de ese dato tiene alguna importancia para el paciente, para las farmacias o para la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (COFEPRIS)?
         Se me puede preguntar: ¿Cuál es el problema de consignar en la receta el nombre de la universidad de egreso? Respondo: ninguno. Tampoco sería problema consignar en la receta el signo del Zodiaco del médico que prescribe. Lo que sí tiene importancia porque es problemático, es la serie de “regulaciones” burocráticas, acumulativas, que nos dificultan el trabajo. Recientemente tuve que acudir a un centro de salud, en el D.F., para obtener las formas de certificado de defunción. No me dieron nada. Para obtener dichas formas, el médico escribe en una receta el nombre de la persona fallecida, la fecha y hora y el diagnóstico. Frente a mí, en el vidrio que me separaba de la persona que me atendió, había un documento con los requisitos que debían tener las recetas. Ser de imprenta (la mía es de computadora) y, además de todos los datos ya mencionados, consignar el nombre de la universidad de egreso (mi receta de computadora no lleva ese dato).
         Desde mi muy personal punto de vista, la receta más confiable que puede haber es un documento no impreso. Una hoja blanca del tamaño habitual de un recetario, o del tamaño que se quiera, en el que el médico escriba de su puño y letra su nombre, su cédula profesional y su dirección (el teléfono también es irrelevante). Los medicamentos y dosis que prescriba puede consignarlos a máquina o, mejor, también de su puño y letra. Y, por supuesto, su firma. ¿No se les ha ocurrido a los “reguladores” que cualquier persona puede mandar a hacer recetarios en una imprenta? Es facilísimo y tal vez más frecuente de lo que pudiera suponerse. En las imprentas no piden, a quien va a ordenar recetarios, que muestre su título y su cédula profesional. Lo que resulta imposible de falsificar es lo escrito de puño y letra.
         Aquí dejo la idea, aunque sé que la leerán muy pocos y nadie le hará el menor caso.
Ricardo Perera Merino