viernes, 4 de noviembre de 2011

ACERCA DE MIS LIBROS

Noviembre 04, 2011.

Con cierta frecuencia, personas que conozco y personas que no conozco, más éstas que aquéllas, me llamaban, y me llaman, para preguntar dónde pueden conseguir mis libros publicados. Era imposible. “CERO menos UNO, el caos de la consulta en el Seguro Social” se agotó hace muchos años y la casa editorial que lo publicó ya no existe. Los otros tres…
“ENTRE MÉDICOS TE VEAS, ¿sabe usted en manos de quien pone su salud y su vida?”,
“CON EL ALMA EN UN HILO, noches de guardia”
y
“EL AGUA, alimento vital para sus células” …fueron publicados por Editorial Diana, pero fueron bloqueados debido a la demanda penal que presenté contra Editorial Diana, por el plagio inaceptable que hicieron de mi libro “EL AGUA, alimento vital para sus células …”, demanda que duró cuatro y medio años, que culminó con una orden de aprehensión contra el el Director General de editorial Diana, pero que terminé perdiendo porque me aplastó el poder económico y político de las personas a quienes demandé. Poco después de estos hechos, editorial Diana desapareció y la compró Editorial Planeta. Así  las cosas, y en virtud de que la solicitud de mis libros continúa, decidí buscar la manera de que fueran publicados y pudieran adquirirse. La solución la tuve con Editorial PALIBRIO, que está dedicada a la publicación y difusión de libros de autores de habla hispana y que forma parte del consorcio “Authors Solution Incorporated”.  A partir de ayer, los libros ya están disponibles.
 Los libros se compran “online”. Se pueden adquirir en tapa blanda o en formato eBook. Estos son los links: www.palibrio.com/bookstorehttp://www.amazon.com/ , http://www.booksamillion.com/  http://www.barnesandnoble.com/
Hace unas horas fui informado que mis libros ya están en la ibook store de Apple en USA. Los temas que trato son de interés general.  Soy un médico rebelde, crítico y mal hablado, pero si bien mis libros son ensayos críticos, procuro que sean amenos. Pongo mucha atención en el fondo, pero no descuido la forma.
 A continuación transcribo un extracto de cada uno los libros.

ENTRE MÉDICOS TE VEAS.
¿Sabe usted en manos de quién pone su salud y su vida?
Extracto del capítulo 1

Ayer se sentía usted perfectamente. Hoy despertó con un malestar. Se trata de algo que no puede definir. Un poco de náusea, "una como punzadita" en el pecho. ¡Cuidado!, porque puede desatarse una serie de acontecimientos que  cambien su vida y modifiquen el monto de sus ahorros, o los consuman por completo.
Con toda seguridad contará  a su esposa lo que siente. Ella le hablará de inmediato a Eulalia, una amiga muy “conocedora” de enfermedades y buenos médicos y ésta dirá que: "exactamente lo mismo sintió Jaime Hernández  y unas  horas después cayó muerto mientras firmaba la correspondencia en su oficina. Fue un infarto fulminante. Y Jaime tenía la edad de Leobardo".
 Eulalia, que sacó a relucir el caso de Jaime Hernández no se conformará con la simple mención, irá más lejos y recomendará que vaya usted de inmediato al consultorio de "su" cardiólogo, el doctor Soilo Máximo, quien ha salvado a muchas personas de casos como el que a usted lo afecta.
 ¡Jaime Hernández muerto sobre su escritorio! ¡Pobre! Esa imagen ya no lo dejará dormir, pero jamás se pone a pensar que Jaime Hernández tuvo otro modo de vida, otros antecedentes familiares y personales, otros hábitos, otros genes, otro temperamento, y, claro, otro tipo de "punzadita".
El malestar de esta mañana lo preocupó, el comentario de Eulalia generó en usted angustia, la recomendación trajo esperanza. Angustia-Esperanza, éste es el binomio que Soilo Máximo sabrá reconocer de inmediato para hacer con usted lo que le venga en gana.
Usted va a consultarlo. Él lo interroga y explora, luego le habla de algunas posibilidades diagnósticas que usted no capta del todo; pero para entonces, con sólo mirar al doctor Soilo Máximo y su equipo e instalaciones ya se siente bien, tal y como se sentía anoche al acostarse. Bien haría usted en abandonar de inmediato el consultorio, pero no lo hará, se lo aseguro, porque no deja de pensar en el “pobre” Jaime Hernández. Una hora después de haber llegado al consultorio del "genio" sale usted tranquilo de la lujosa Torre, lleno de confianza. Usted se siente perfectamente, pero no va a su casa. Lleva en la mano una orden de internamiento para un hospital muy renombrado. En el hospital, luego de acreditarse como propietario de un seguro contra gastos médicos mayores, o, si no cuenta con seguro, firmar un Boucher o depositar una buena suma en efectivo, es tratado con toda la consideración que merece un moribundo.
Lo acuestan en una camilla o lo sientan en una silla de ruedas y vuelan con usted a una impresionante sala de terapia. Cinco minutos después está usted conectado a un monitor que registra su frecuencia cardiaca, presión arterial y electrocardiograma. Una doctora joven y guapa le hace preguntas, mientras otra, no menos atractiva, le pica una vena para extraer sangre. Una enfermera aprovecha la vena que picó la doctora para conectar un suero que empieza a gotear rítmicamente. Un médico internista lo examina e interroga. A continuación llega un camillero y lo lleva a la unidad de radiodiagnóstico. Ahí le toman más radiografías. Llaman al internista, a las doctoras, y se comunican por teléfono con el doctor Soilo Máximo. Todos se muestran preocupados. Soilo Máximo acepta las sugerencias del internista y le practicarán una "ecocardiografía transesofágica", un "ecocardiograma bidimensional" y una "gammagrafía con pirofosato de tecnecio 99m”.
 El alivio, la mejoría total que había usted experimentado en el consultorio del doctor Soilo Máximo, se convierte ahora en temor. Usted piensa que tiene algo desconocido, algo que buscan y todavía no encuentran. Ya no le duele nada ni siente malestar alguno, pero está alarmado. Lo regresan a la Unidad de Terapia Intermedia. Le meten por el recto un supositorio y un termómetro bajo la lengua. Escucha que su esposa pide permiso para entrar a verlo. A las nueve de la noche llega Soilo Máximo. Mira el monitor frunciendo las cejas, lee los resultados de las pruebas de laboratorio y revisa meticulosamente en un negatoscopio adjunto las radiografías y los estudios sofisticados que le practicaron. Ordena que pase su esposa. Cuando ésta se para a la cabecera de la camilla él se acerca a usted, sonríe, lo mira, le da un amistoso golpecito en un hombro y dice con aplomo, camaradería, y sobre todo con vehemencia:
 -  ¡Qué susto me dio, don Leobardo! Afortunadamente no es lo que pensé, pero fue un aviso. Lo vamos a monitorear veinticuatro horas porque con estas cosas no se juega.
 Usted pasa la noche y todo el día siguiente en el hospital. Por la tarde llega Soilo Máximo y lo da de alta. Elabora una receta, explica a su esposa cómo debe tomar los medicamentos, indica que deben sacar cita para verlo la semana siguiente y determina que:
 - Don Leobardo está listo para reanudar actividades.
 ¡Qué alivio! Vuelve la tranquilidad. Se siente como antier al acostarse; como un verdadero atleta. Su esposa se deshace en agradecimientos. Cuando llega a casa la familia entera lo espera. Todos están felices. Su esposa le habla a Eulalia, la heroína que les recomendó al doctor Soilo Máximo. "Si no es por ti no se qué le hubiera pasado a Leobardo, tal vez ya no contaríamos con él. Gracias Eulalia. El doctor Soilo Máximo es un amor”. Usted se recuesta en el sofá, rodeado por todos. Son las nueve de la  noche. Uno de sus hijos pregunta:
 - ¿Qué fue lo que tuvo?
 - El doctor dijo que no fue lo que pensó, gracias a Dios - responde su esposa.
 - ¿Pero qué fue?
 - Un aviso.
 - ¿De qué o qué?
 - Pues de...no sé. La semana que entra tenemos que ir a verlo y le preguntaremos. Lo importante es que aquí lo tenemos sano y salvo. Hasta puede ir a trabajar mañana.
Excelente. Qué bueno que ya está en casa porque bien podría estar, desnudo y anestesiado, sobre una mesa de operaciones. Usted pagó al salir del hospital quince mil seiscientos pesos, que sumados a lo pagado en el hermoso consultorio del doctor Soilo Máximo hacen un total de dieciocho mil cien pesos. Y eso no es todo, su familia ya es cliente del doctor Soilo Máximo y van a recomendarlo ampliamente a todo mundo.
 Ahora bien, déjeme decirle esto, lo sé porque yo relato y por lo tanto soy omnisciente: lo que tuvo usted antier, al despertar, fue una acumulación de gas en cierta porción del estómago a la que se conoce como “cámara gástrica” y eso es causa muy frecuente de malestar, de un poco de náusea, de "una como punzadita" en el pecho. El problema estribó en que no pudo expulsar por la boca ese exceso de gas. Eso lo hubiera curado. En lugar de eructar se puso usted a platicar lo que sentía y dieciocho mil cien pesos suyos pasaron a las cuentas bancarias de otros.
 "Eh...un momento... (podría usted argumentar)... ¿Y si no hubieran sido gases atorados en el estómago?". Esa es la cuestión, amigo mío. Esa es la gran pregunta. Qué hacer, ¿pagar dieciocho mil pesos, o meterse el dedo hasta la garganta para intentar echarse un sonoro y aliviador eructo?  Usted no puede responder. Tampoco Eulalia, que fue quien recomendó al doctor Soilo Máximo.
 "Pero... ¿qué tampoco el doctor Soilo Máximo supo, en caso de que fuera cierto lo que usted me dice, que lo que yo tenía eran gases atorados en el estómago?" Lo más seguro es que sí lo supiera. Pero, y aquí viene la otra importantísima cuestión: ...a lo mejor no. Y surge así la tercera pregunta: ¿A quién prefiere usted como médico, a un inepto, o a un bribón? ¿A uno que confunde la acumulación de gases en la cámara gástrica con anginas de pecho, o a uno que se las inventa? No se preocupe, no son éstas las únicas opciones disponibles.


“CON EL ALMA EN UN HILO. Noches de guardia”.Extracto del capítulo 1

Vago por el hospital con el alma en un hilo. Estoy en todas partes y lo sé todo. Soy un testigo omnisciente y con don de la ubicuidad.
 Vivo la circunstancia de los enfermos, la de los médicos y la de usted que sufre, se impacienta y llora en la sala de espera. Cuando usted se sienta en una butaca de la sala de espera del servicio de urgencias, se sienta en mí. Soy la mesa de operaciones donde acuestan a los pacientes para operarlos. Soy las lámparas del quirófano que dan luz, el gas que anestesia, las camas de internamiento. Soy todos los insumos y su carencia. Soy el herido y quien lo opera. Soy esperanza y tristeza, dolor y satisfacción. Soy la ciudad que es ajena a los doscientos dramas que tienen lugar en este hospital todos los días. Soy imaginario, pero soy real.
 Vago con el alma en un hilo por un hospital de sangre de una ciudad con veinte millones de habitantes. Soy testigo de negligencia y de proezas, de carencias injustificables. Soy funcionario indiferente que cuida su puesto y soy funcionario que cumple y se topa con paredes sordas, insensibles. Soy director y camillero, cirujano y enfermera, soy camilla y soy usted que va acostado en ella, muerto de miedo.
Lo que miro, mire para donde mire, es dolor, cansancio, preocupación, necesidad de una mano amiga y necesidad de dar la mano. Miro incomprensión e indolencia; pero también responsabilidad y amor.
 Ayer pasó algo. Déjeme contarle.
Llegó una jovencita hecha una desgracia. La motocicleta, su novio y ella se estrellaron a ciento veinte kilómetros por hora contra una barda. Allá quedó él, muerto instantáneamente. A la joven la trajo una ambulancia de rescate y fue recibida de inmediato por los médicos de guardia. La llevaron a un quirófano y le abrieron el vientre. Tenía estallado el bazo y el intestino grueso, conmoción cerebral y fractura expuesta de una pierna. No exagero si le digo a usted que, luego de resucitarla, le salvaron la vida. El médico que la operó es un cirujano notable.
 La trabajadora social logró localizar a los familiares cuando ya la muchacha había sido operada y estaba en una cama de la unidad de cuidados intensivos, pero ella, la trabajadora social, no sabía que la joven ya había sido operada. Faltó comunicación entre el cirujano y la oficina de trabajo social. Llegó mucha gente. Gente acomodada, de dinero, con poder.
 La madre preguntó por su hija y le respondieron que estaba reportada como muy grave.  Rogó que se le permitiera entrar. No le dieron permiso porque “a la paciente apenas la van a operar”. Pero no era así. Lo sé porque yo soy ella y soy yo el que la operó y soy quienes ayudaron al cirujano y quien administró la anestesia y soy la cama en la unidad de cuidados intensivos donde ella libra una batalla contra la muerte.
 La señora utilizó su teléfono móvil e hizo varias llamadas. En menos de media hora llegaron más personas: el médico de confianza de la familia, un abogado que venía hecho un energúmeno y amenazó con presentar una demanda contra todo el personal de guardia, un alto funcionario del Departamento del Distrito Federal que amenazó con “cortar cabezas” y el director del hospital. Entraron al área hospitalaria y se enteraron, por desinformaciones que proceden de “metiches” desinformados y malintencionados, que el doctor Alfredo Luengas, responsable del caso, “estaba echando relajo en el comedor”. Allá le cayeron.
 La madre de la muchacha vio a cuatro o cinco médicos comiendo tortas, platicando y riendo, y se les fue con una andanada de insultos. Al doctor Alfredo Luengas le gritó que era “un piche burócrata irresponsable” y que no descansaría hasta  verlo en la cárcel. El director del hospital pidió explicaciones. Alfredo Luengas captó la situación de inmediato y sin discutir ni defenderse dijo al director del hospital que lo siguiera. La madre se fue tras ellos. Y menuda sorpresa se llevaron todos cuando el médico de la familia, que llegaba para incorporarse al grupo, dijo al doctor Luengas: “¿cómo le va maestro?”. El director, el doctor Luengas y el médico de la familia entraron a la sala de terapia intensiva. La madre y el funcionario del Departamento del Distrito Federal esperaron en el pasillo. Se quedó con ellos el doctor Fructuoso Ponce, que fue el que administró la anestesia, y él les explicó todo. La mamá de la muchacha preguntó incrédula que si a poco ya la habían operado. El doctor Ponce le dijo que habían terminado hacía más de dos horas y que la paciente se encontraba estable, muy delicada pero por el momento fuera de peligro.
 Cuando salieron los médicos de la sala de terapia intensiva la mamá de la muchacha ofreció disculpas al doctor Luengas por haberle gritado “pinche burócrata irresponsable”. El funcionario del Departamento del Distrito Federal, que unos momentos antes había amenazado con “cortar cabezas”, se mostraba muy orgulloso por el servicio que prestan “sus” hospitales. La muchacha está evolucionando muy bien.
 Después de operar a la jovencita, salvarle la vida y estar a punto de ser linchado (por una imperdonable falta de comunicación), “los doctores Luengas” operan a un balaceado, tal vez a un paciente con apéndice perforado o a uno con lesión de alguna arteria vital. A las tres o cuatro de la mañana, rendidos, buscan donde descansar un rato, recuperar energías por si llega otro moribundo. Unos van al estacionamiento y “se hacen rosca” en el asiento trasero de sus automóviles; otros buscan una cama en cualquier sala de internamiento. No cuentan con un lugar adecuado para descansar. Tampoco cuentan con los insumos indispensables para resolver las urgencias que manejan, guardia tras guardia. Y si le dijera a usted lo que ganan, no lo creería.
 ¿Puede usted, que es arquitecto, construir una casa sin tabiques, sin varillas y sin cemento? No. Lo que hace usted es parar la construcción, pero los médicos no pueden parar o dejar de practicar una operación de urgencia. Abra usted un tórax, véalo inundado de sangre, aspírela, mire los dos orificios en el corazón, escuche decir a sus espaldas que no hay sangre ni material de sutura apropiado para reparar los agujeros que presenta el ventrículo izquierdo, que no hay camas disponibles en la unidad de cuidados intensivos y, sin más, vuelva a cerrar el pecho abierto. ¡Imposible! Si lo hace muere un joven y a usted se le viene encima medio mundo, y su conciencia.
 Así son aquí las cosas. No crea que todo es indiferencia, aunque hay indiferentes; no todo es negligencia aunque hay negligentes. Este hospital no está enclavado en un pueblito, está en el corazón de una ciudad, la más extensa y poblada del mundo, insegura, hostil.
 Hay barrios donde a una muchachita de trece años le jalan los labios y se los vuelan, de arriba hacia abajo, de un balazo. Por no querer dar un beso, sólo por eso. Arrabales donde un simpático gordito de catorce años, que va por el pan a las siete de la noche, cae al suelo luego de escuchar un estruendo. En su muslo se ve un boquete enorme del que mana sangre a borbotones. Hay pleito entre pandillas rivales y surgen las bombas “hechizas”. La bomba que casi le amputa la pierna a este adolescente hizo un boquete de cuarenta centímetros de diámetro en la cortina metálica de un almacén cerrado. A él sólo lo hirió un fragmento. Si lo hubiera alcanzado la “bombita” no hubieran podido encontrar un pedazo de él que fuera más grande que una naranja. Aquí no se andan las cosas por las ramas. Cada guardia es una aventura.
 Yo, que me muevo por aquí con el alma en un hilo y que además soy alma que se lleva el diablo a cualquier parte, le cuento todo esto porque lo sé y porque me duele y porque me llena de orgullo y porque me lleno de rabia. Aquí suceden cosas dignas de contarse y que merecen reconocimiento. Nuestros hospitales de urgencia, tan denostados por todos, precisan de ayuda, de dirigentes que se pongan la camiseta y se involucren. Que se larguen a donde les plazca los malos y los peores, que sólo se queden los buenos. Y los buenos son muchos. Sépalo usted, porque lo sé yo con absoluta certeza.


“EL AGUA, alimento vital para sus células”Extracto de la Introducción

Los setenta millones de millones de células que conforman el cuerpo humano viven en un medio acuoso. Ante una carencia de agua, aunque sea mínima, disminuye la calidad de vida, se dificultan seriamente todas las funciones orgánicas y se adelanta el proceso natural de envejecimiento.
  Pilema Pulmo es una medusa cuyo organismo consiste en 95.40 % de agua. Si quitáramos el agua a esta interesante y primitiva forma de vida pluricelular, sería nada. El 4.60 % restante de su estructura vital devendría en un polvillo insignificante,  imperceptible a la vista.
         Y... ¿qué pasa con el ser humano, la forma más compleja que existe de vida pluricelular? A nadie se le ocurriría pensar que somos tan acuosos como la Pilema Pulmo y ciertamente no lo somos, pero la sustancia gris de nuestro cerebro, donde yacen las facultades de sensibilidad consciente, comandos orgánicos, respuesta a estímulos, memoria, voluntad e inteligencia, formada por cien mil millones de neuronas, está constituida por 85 % de agua, es decir, un poco menos que la que contiene la medusa. Nuestros músculos, esos poderosos tejidos que pone en movimiento un atleta para correr 100 metros en 9.8 segundos, son agua en un 74%. Nuestros huesos, las maravillosas estructuras que nos sostienen o protegen, que son macizas y que parecen tan secas como el palo de una escoba, contienen 5 % de agua. Si extrajéramos a nuestros dos pulmones el agua que contienen devendrían en una especie de pergamino viejo y arrugado que cabría en el puño de un hombre. Y téngase en cuenta que ambos pulmones llenan casi toda nuestra caja torácica, nuestro pecho.
Los seres humanos seguimos siendo una especie de  anfibios. Al cabo de un proceso que duró miles de millones de años la célula originaria, que se formó como “burbuja” en el caldo primitivo, logró desarrollar un sistema respiratorio capaz de obtener oxígeno; primero del agua, luego del aire. También se hizo autosuficiente, capaz de defenderse, de alimentarse y de reproducirse. Fue entonces cuando se aventuró a salir del agua, adaptarse al medio terrestre y dar origen a multitud de especies biológicas. Una de ellas somos nosotros.
Sin embargo, a cuatro mil quinientos millones de años de distancia temporal, no podemos sobrevivir sin agua. De hecho, los 70 millones de millones de células que nos conforman tienen que vivir en un medio 65% líquido. Sin agua nuestras células se secarían como pasitas en cuestión de segundos. Con poca agua serían inútiles. Con niveles de agua ligeramente por debajo de lo requerido sufren y funcionan de manera imperfecta.
  El 70% de nuestro peso corporal es agua. En otras palabras, dos terceras partes de lo que somos físicamente es agua. A este respecto es menester aclarar que el contenido de agua del cuerpo difiere inversamente con su contenido de grasa. Las células de grasa contienen muy poca agua y en contraste las células magras contienen mucha. Por tanto, en una persona obesa el contenido relativo de agua es menor que en una persona delgada.
  El 65% del agua que poseemos se encuentra en el interior de nuestras células (líquido intracelular). El otro 35% es líquido extracelular. De éste, 7% se encuentra dentro de nuestro sistema circulatorio (líquido intravascular) y 28% se encuentra en todos nuestros tejidos, pero fuera de las células (líquido intersticial).
Como puede apreciarse, nuestras células viven en un estanque rodeado de jardines húmedos, a su vez regados por una red inmensa de ingeniosas mangueras pulsátiles y de desagües provistos de válvulas: el sistema circulatorio.
           La sangre, que es el líquido que fluye por la red de mangueras y desagües, es la fuente principal de agua para las células y para todos los tejidos circundantes (o intersticios). También es portadora de sustancias disueltas en ella y que son necesarias para la vida. A su vez, el principal abastecimiento de agua que recibe nuestra sangre es el agua que bebemos. En otras palabras, el “estanque” en el que viven lozanas y felices nuestras células es mantenido por el agua que les proporcionamos diariamente.
La sangre, impulsada por una bomba que es el corazón, lleva hasta las células agua, oxígeno y sustancias nutritivas y saca de ellas bióxido de carbono y sustancias tóxicas o de desecho para transportarlas hasta los órganos excretores (riñones, pulmones, intestinos, piel y glándulas sudoríparas).
          Sin agua, que es el disolvente universal, todo lo anterior sería impensable. El agua es el medio de transporte de casi todas las sustancias que entran y salen de las células; es ella la que confiere humedad, fuerza y plasticidad a los tejidos; es la que almacena o pierde calor para mantener la temperatura idónea que se requiere para vivir en condiciones óptimas; es la que hace posible la ingestión, la digestión y la excreción. Sin agua sería imposible la función celular y, por tanto, la función de los órganos y sistemas.
          El agua se encuentra en todos los alimentos naturales: 85-95% en las verduras y frutas, 65-70% en la carne, 80% en la leche, 35% en el pan.
          Setenta millones de millones de células, que trabajan incansablemente día y noche para mantener nuestras funciones somáticas y mentales, requieren agua con apremio. Aman el agua. Se sienten juveniles y bien dispuestas en presencia suficiente de ella, mueren en su ausencia, funcionan muy mal cuando disminuye notablemente su suministro, y es muy probable que se depriman y envejezcan cuando mengua la lluvia interna que esperan y las vitaliza. Riego que deberíamos proporcionarles continuamente, aunque su requerimiento sea imperceptible a nuestros sentidos.
Este libro tiene como objetivo recomendar al lector que beba agua diariamente aunque crea que no la necesita. Nada se pierde, nada se gasta, nada se daña (salvo ante situaciones específicas que serán mencionadas en el capítulo 8), si se adquiere el hábito de beber agua todos los días. Un poco más agua de la que sentimos es necesaria. Al mismo tiempo, el libro pretende introducir al lector en los fundamentos más elementales de la estructura y funcionamiento de su cuerpo.
Aunque la lógica de la vida y sus orígenes, así como la realidad de nuestra estructura orgánica así lo sugiera, nadie puede asegurar categóricamente que bebiendo un poco de agua “extra” todos los días nuestras células habrán de sentirse mejor, más frescas y en condiciones óptimas para cumplir su cometido, también más juveniles o menos viejas. Pero tampoco existe alguien que pueda asegurar lo contrario.
Beber agua no cuesta y no daña, ¿por qué, entonces, no beberla aunque no sintamos sed? Es probable que a algunas personas no les guste beber un líquido sin sabor, pero por lo mismo no puede ser desagradable, y sí será de beneficio para el organismo.
          Cuando tenemos sed, cuando nuestro cuerpo clama abiertamente por agua, cuando, en otras palabras, se prende el foco rojo de nuestro "tablero orgánico", es probable que muchos millones de células estén muriendo o simplemente desgastándose, envejeciendo prematuramente.
No esperemos a que esto suceda. Juguemos con nuestras células “el juego del agua". Yo te doy agua, célula. Tú decides si la necesitas y por tanto la aprovechas, o si no la necesitas y por tanto la excretas. Se trata de un juego sin perdedores.
Tú, célula, calmas tu sed o sólo te refrescas, yo sé que tus decisiones son perfectas porque obedecen a leyes inmutables de funcionamiento. Lo único que no acepto, que no quiero, es que falles por mi negligencia de regarte. Yo te regalo flores de agua, tú decides si se quedan en el florero todas o sólo algunas, o ninguna. Pero nuestro juego es un juego de siempre. No esperaré, tú lo entiendes, tu reclamo por una flor, te voy a dar todas las flores todos los días. 
Tengo presente que tú, eres setenta millones de millones.     

 
“CERO MENOS UNO. El caos de la consulta en el Seguro Social”Extracto del Prólogo

La consulta externa en el Instituto Mexicano del Seguro Social sigue impartiéndose bajo el obsoleto Sistema Médico Familiar, al que desde hace seis décadas continúan dándole “puliditas”, afinándolo y mejorándolo por decreto. También, por si no bastara con lo anterior, la consulta externa sigue otorgándose en instalaciones propias, atendidas por personal médico contratado de manera colectiva.
Existen personas, médicos o no, que conciben ideas, les dan forma escrita y las plasman en programas de acción; vengan o no al caso, sirvan o no sirvan. Remito al lector a una cita que viene al caso y a la que califico de romántica y cursi:
“En el estallido de la vida nuclear que revoluciona los instantes y parece sojuzgarnos, la medicina familiar, bien entendida, puede ser un remanso desde donde el médico imparta su técnica, comparta su ciencia y, lo que es más, esparza su sentido humanista hacia los demás, encauzando a las generaciones venideras. Casi nos atrevemos a compararlo con el misionero o evangelizador de otras eras. Con la idea de una medicina preventiva en su con-ciencia (sic), con el interés privativo de cuidar la salud más que de restablecerla, con la mística de comprensión al desvalido y al ignorante, el médico familiar puede ser el apóstol de la sociedad  contemporánea sin siquiera la exigencia de su sacrificio, sino simple y llanamente bajo la impartición de la ternura y la solicitud u ofrecimiento de su consejo”(Enrique Cárdenas de la Peña)Sé perfectamente quién fue el doctor Enrique Cárdenas de la Peña, un hombre íntegro y digno de todo respeto, pero quien desde mi punto de vista no  aportó algo para mejorar la consulta externa en el IMSS. Él fue, entre muchas otras cosas, médico familiar del IMSS. Ignoro cuáles fueron sus experiencias al respecto. Lo que sí sé es que conozco a cientos de médicos familiares de distintas épocas y de distintas partes del país y que yo fui médico familiar y posteriormente director de una clínica de consulta externa en la que trabajaban muchos médicos familiares. Nunca sentí, ni nunca escuché o percibí en otros médicos, que el trabajo de atender la consulta externa en el IMSS fuera un “remanso”. Nunca “esparcimos” “sentimiento humanista” a ninguna parte, ni impartimos “ternura” alguna. No nos sentíamos evangelistas y rechazábamos que se nos considerara apóstoles. Hacíamos lo que sabíamos hacer: atender enfermos. Nuestra obligación era atenderlos bien, curarlos y, claro, sacar adelante la demanda de consulta que era mucha y crecía.
Esto mismo es lo que sucede en la actualidad, con el agravante de que se han encarecido tremendamente los costos por atención en el primer nivel, debido al aumento de las unidades aplicativas y por ende del aparato burocrático inmenso que precisan. 
Una clínica de consulta externa del IMSS es un edificio para atender derechohabientes, nada más. Para que esto sea posible se debe dividir ese edificio en consultorios. Se contratan médicos, enfermeras generales, auxiliares de enfermería, trabajadoras sociales, recepcionistas, personal de limpieza, personal de mantenimiento, personal de archivo. Se designa a quien dirija toda la actividad  y a quienes lo auxilien a dirigir. Los consultorios requieren mobiliario. Los médicos requieren batas, estetoscopios, baumanómetros, recetarios, block de incapacidades, expedientes o computadoras. Y lo más importante: los médicos contratados necesitan tener “clientela”. No hay problema, se la dan porque lo que sobran son clientes. Le dan 2,400 a cada uno. Las llamadas clínicas pasan a ser, de esta manera, edificios atestados de burócratas que trabajan a un precio elevadísimo. Y eso no es lo peor, trabajan bajo un sistema, el “Sistema Médico Familiar”, que no facilita las acciones, sino que, por el contrario, las entorpece.
El primer nivel de atención no debería otorgarse en instalaciones propias y con personal contratado. Ahora bien, si ya se hizo así, busquemos el  procedimiento o sistema que mejor facilite el trabajo. Uno mediante el cual la consulta externa sea fluida y eficiente. Uno que elimine fricciones, no uno que las induzca. El primer nivel de atención implica una actividad asistencial, nada más. Debe ofrecer salud, no ternura. A la vez, la carga de trabajo para los médicos, por turno, debe ser equitativa.
 El médico encargado de la consulta externa no tiene por qué dar calor y afecto a nadie. Tiene la obligación, única, de consultar debidamente a los enfermos que lo buscan y de hacerlo de manera eficiente, respetuosa y expedita. Los enfermos que acuden a consulta no van en busca de “ternura”, van en busca de salud.
Desde siempre se ha buscado que los médicos encargados de la consulta externa, y que hacen mayoría entre los médicos contratados por el IMSS, estén muy bien preparados. Seis meses después de que se publicara la primera edición de este libro, leí en un diario que: el Congreso del Trabajo se solidariza con el Director General del Instituto (en aquel entonces era el Lic. Arsenio Farell Cubillas), en su decisión de no permitir el ingreso al mismo a médicos incapaces. Textualmente dijeron:
“Con gran satisfacción tuvimos conocimiento del acuerdo tomado por el Consejo Técnico del Instituto, a su muy digna dirección, en el sentido de exigir a los médicos de nuevo ingreso un examen riguroso para que demuestren su capacidad y preparación. Ellas (las autoridades) sabrán cómo hacer el examen riguroso para que los médicos escogidos sean los que vayan perfectamente bien preparados. Es totalmente justo y necesario que se perfeccione el sistema de médicos del Seguro Social y con esta medida se va a lograr”.
 Esta cita me permite asegurar, sin temor a equivocarme, que los líderes sindicales que conformaban en aquel entonces el Congreso del Trabajo no tenían ni la más remota idea de lo que estaban hablando y, por tanto, de lo que estaba sucediendo en la consulta externa del IMSS. También que el Director General estaba muy despistado, o bien les dio por su lado a los dirigentes obreros, cosa que sería menos grave. Hoy en día el panorama es el mismo. Han cambiado los nombres, pero la ignorancia de los dirigentes obreros y de las máximas autoridades del IMSS es la misma.
 Hago hincapié en el argumento: ... que se perfeccione el sistema de médicos del seguro social y con esta medida (un examen riguroso de admisión) se va a lograr. La aseveración es temeraria. El Consejo Técnico del IMSS decidió que mediante un riguroso examen de admisión se escogería a los médicos ideales para tender a la población derechohabiente. ¡Qué fácil! Sería una solución perfecta e inmediata. Sin embargo, el problema no es la capacidad técnica del médico, su preparación, sus conocimientos. El problema es otro.
 Aseguro que ningún examen riguroso modificará en lo más mínimo la problemática que se vive. Hay algo que se ignora, o que se soslaya, y que es lo más significativo al respecto: TAMBIÉN LOS MÉDICOS CAPACES, Y MUY CAPACES, ESTÁN FUNCIONANDO MAL EN LA CONSULTA EXTERNA
 Otra cosa que deberían saber los señores del Congreso del Trabajo y, por supuesto, el Director General del Instituto, ni que decir el Subdirector General Médico, es que, mediante la contratación colectiva de médicos, se está cometiendo una tremenda injusticia. La injusticia es ésta: todos los médicos ganan, salvo por el concepto de antigüedad, exactamente lo mismo. Gana lo mismo el capaz que el incapaz. Ganan lo mismo, pues, el bueno, el malo y el peor. Siendo todos los médicos desiguales entre sí, trabajan bajo un esquema de contratación que pretende igualarlos, y lo único que les ha igualado es el sueldo. Pedro sabe que él está mejor preparado que Juan, y sabe que trabaja más y mejor que él. Pedro es amable, Juan es hosco y grosero. Pedro está bien preparado, Juan no. Pedro es responsable, a Juan todo le vale madre. Pedro estudia siempre, Juan nunca. Pero Pedro y Juan ganan exactamente lo mismo. Los derechohabientes quieren de médico a Pedro, pero se chingan porque les tocó Juan. Pedro y Juan son la misma cosa para el IMSS, ni más, ni menos. El sueldo de ambos es espantosamente igual para rendimiento tan desigual.
 De esto resulta que Pedro se siente víctima de una injusticia, y no sólo eso, también resulta que Juan no tiene ninguna necesidad de convertirse en Pedro. Es Pedro el que contemplan tres posibilidades: (1) o el Instituto le paga más que a Juan, o (2) Juan iguala sus virtudes, o (3) él se convertirá en Juan. Es esto último lo que viene sucediendo desde que se creó el IMSS. LOS PEDROS SE AJUANAN. Los Juanes no se preocupan por ser Pedros, no en un sistema que les asegura el mismo sueldo. Si los servicios de atención primaria se impartieran al través de personal no contratado, los Pedros tendrían mucha consulta y por lo tanto más ingresos. A los Juanes no los consultaría ni su abuelita. Entonces tendrían que “apedrarse” y de todo ello resultaría un beneficio para la única parte que cuenta: el enfermo.
Con una honrosísima excepción, de la que hablo más adelante, a los Directores Generales del IMSS no les ha preocupado nunca el caos que se vive en la consulta externa, tampoco los costos. ¿Qué sucede todos los días en las clínicas de todo el país?, es algo que no les quita el sueño. Cambiar algo implica, primero, conocer a fondo lo que se va a  cambiar y, segundo, ofrecer una mejor alternativa. Es un asunto riesgoso y no hay quien esté dispuesto a correr el riesgo. ¿Para qué y por qué meterme en problemas si el puesto que me dieron lo quieren muchos? Creo a ciegas en el "Principio de Peter", ya alcancé mi nivel de incompetencia y de aquí no me mueve nadie hasta que me jubile.

Dr. Ricardo Perera Merino