Por María del Pilar Montes de Oca Sicilia
Para mi apá, el mejor doctor del mundo
mundial
Mi
padre es doctor y lo admiro profundamente, no porque sea mi padre sino porque
es un buen médico en todo el sentido de la palabra. Pero en realidad es uno de
los pocos médicos que admiro y respeto, porque yo sufro de iatrofobia. La
iatrofobia es una de las fobias más persistentes y ominosas y consiste en un
miedo anormal y agudo a los
médicos o a acudir al médico. Viene justo del griego iatros- médico y phobia-
miedo.
Aunque
muchas personas consideran esta fobia como rara o injustificada creo que la medicina actual ha llegado a niveles
tan absurdos, agresivos y hostiles para los pacientes, que es del todo lógico y
normal que muchas personas la padezcamos.
Yo,
por diversas razones, he tenido que acudir a muchos médicos y hospitales de
forma casi continua durante dos de las tres partes de mi vida. Y al tener tanto
contacto con los médicos —algunos en México y otros en el extranjero—es que he
desarrollado esta fobia. Conozco demasiados médicos, de diversa índole y de
distintas especialidades, y siento que puedo ver sus intenciones, que puedo “leerlos
entre líneas”. Unos me parecen poco profesionales, otros bandidos, otros
adivinos, otros que creen que si es chicle, pega. De hecho la mayoría, salvo
raras y honrosas excepciones, me han dejado con un muy mal sabor de boca.
Los
médicos, como cualquier profesionista, deben cobrar por los servicios que
ofrecen, que de algo han de comer, faltaba más, pero creo que si hay alguna
profesión que se ha corrompido ha sido ésta. Piensa: ¿a qué abogado o
arquitecto le pagas por adelantado? ¿si el contador no presenta tu declaración
de impuestos le pagas? ¿tomas medidas? ¿lo despides? ¿lo cambias? Si el
ingeniero no entrega arreglada la bomba, ¿qué haces? Pero con los médicos la
cosa cambia y ellos cobran por adelantado, te curen o no, te hayan hecho un
buen diagnóstico o no, le hayan atinado al padecimiento o no; y si no le
atinan, mala tarde, que es ensayo, error.
—Doctor
tengo gastritis y colitis
—Tome
Ranitidina
—Doctor
no se me quita
—Tome
Omeprazol
—Doctor
me cayó mal
—Ahora
pruébele con el Pantoprazol
La
cosa es que ni te cura y cada diálogo o consulta le tienes que apoquinar $1200 pesitos si es un médico particular, que
si no lo es y pertenece a la medicina pública cada dialogo tendrá un lapso de 3
meses si bien te va, con 2 horas de espera entre medias.
Si bien es cierto que los avances
científicos y tecnológicos han permitido que la medicina avance de forma
inusitada y que los médicos, que antes eran generales, cirujanos, doctores, physicians
o como se les llamara, sean ahora especialistas que se adentran en una sola
rama de la medicina para poder dominarla e ir más allá en ella, la
especialización—como diría mi papá— ha deshumanizado la medicina. El
especialista ya ni voltea a ver al paciente sino sólo ve las placas, los
análisis y los datos; se ha olvidado del sentido holístico de todo, incluyendo
al ser humano, que responde a un continuum en donde mente, cuerpo y
emociones están profundamente entrelazados.
Los médicos «modernos», «trendy», los que
siguen la escuela gringa de hacer y practicar la medicina viven enfundados en
una bata quirúrgica —si hacen cirugía—, o en traje de civil —que es peor—, ven
a un titipuchal de pacientes al día en mini cubículos, se enfocan en la
enfermedad de forma localizada, se basan en estadísticas y análisis y nunca de
los nuncas platican con las personas, no preguntan ni a qué se dedican, ni si
están casadas o solteras o tienen hijos, o viven solas, olvidan lo emocional,
se basan en lo puramente físico y eso, obvio, lleva muchas veces a malos
resultados.
A mí me ha pasado con muchos médicos, pero
en especial con un hepatólogo, muy chipocludo y reconocido nacional e
internacionalmente, el Dr. Kershenovich, que tiene un consultorio muy nice
en una zona nice, con pacientes nice y asistentes nice, al
que fui a ver desolada después de ser diagnosticada con un mal mayor. Luego de
hacerme esperar más de dos horas y mandarme con dos enfermeras a recorrer los
pasillos nice de un cubículo a otro y de mandarme a dos pasantes
—egresados de una universidad legionaria, de cuyo nombre no quiero acordarme— para
rellenar cuestionarios de rigor, entró al cubículo con análisis en mano, sin
voltear siquiera a verme, para decir que tenía que prescribirme el consabido
tratamiento de rigor —cosa que yo ya sabía, porque venía hasta en Internet— y
luego cobrarme la friolera de 3 mil pesitos.
La
medicina se ha convertido en un negocio, en uno de los más lucrativos del mundo.
Un negocio sucio y desalmado, la verdad, porque se lucra con el dolor y la vida
humana —evidentemente además del bolsillo—, porque no hay ser más vulnerable
que un enfermo. Cuando estás enfermo te conviertes en un desvalido, un marginado,
un indefenso que está deprimido, que no sabe qué le pasa, que desconoce su
cuerpo y que busca respuestas en cualquier parte, busca ayuda en donde sea y
como sea y que necesariamente ve en el médico a un «salvador», a un paladín que
va a remediar su malestar, su dolor y su angustia, ve en él a alguien en quien
depositar su confianza, su pena y su problema. Por eso me parece una ignominia
que existan ese tipo de médicos e instituciones que lo único que buscan es
enriquecerse, mercantilistas, diría mi papá.
Ya no se diga si eres un enfermo con
cáncer o un padecimiento mortal que te transforma en una persona casi sin
voluntad o, peor aún, si eres un paciente psiquiátrico. Me cuentan por ahí que
hay un oncólogo muy renombrado llamado Zinser, que es el típico que tiene a
pacientes terminales, con fiebre y escalofríos, esperando dos horas en la una
sala y que cuando los ve no tiene ni el más mínimo gesto humano para con ellos.
Pero eso sí, siempre cobra, los cure o no, se mueran o no.
¡Qué
lejos estamos de los médicos familiares que te conocían desde niño, que
conocían a toda tu familia, que iban a tu casa! Y más lejos todavía de los
tiempos de Hipócrates que juraba cosas como: «Estableceré el régimen de los enfermos de la manera que
les sea más provechosa según mis facultades y a mi entender, evitando todo mal
y toda injusticia» Ojo, injusticia. Y también juró cosas como «Y no
llevaré otro objetivo que el bien de los enfermos; me libraré de cometer
voluntariamente faltas injuriosas o acciones corruptoras».
¡Qué lejos, en verdad, estamos de
eso!
Por
todo lo anterior sufro iatrofobia y trato de ir al doctor lo menitos posible,
como bien dice mi papá: «¡No vayan al doctor! Es como llevar el coche al
taller, cuando te lo regresan sale jalonéandose y con otros problemas que al
entrar ni tenía”
P.S.
María del Pilar Montes de Oca Sicilia, a quien
agradezco su autorización para subir este notable documento a mi blog, es lingüista
y directora de la revista “ALGARABÍA” que se publica en Internet:
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Dr. Ricardo
Perera Merino.